A medida que cerramos el capítulo de un 2025 que puso a prueba nuestra entereza, nos encontramos en el umbral de un 2026 que no solo es un cambio de calendario, sino un renacimiento. Este nuevo ciclo nace como el año de la fe renovada y, sobre todo, de la reconstrucción del espíritu.
En el periodismo, solemos narrar las crisis, pero pocas veces nos detenemos a analizar el terreno fértil que queda tras ellas. Las turbulencias sociales y la erosión de valores que hemos presenciado no son el final del trayecto; son la oportunidad histórica para que emerja lo más noble de nuestra humanidad. En un mundo saturado de ruido, el 2026 nos lanza un desafío imperativo: silenciar el miedo para escuchar, por fin, la voz de la esperanza.
Este no es un año para la simple «supervivencia». Es el momento de redescubrir la integridad como brújula y la empatía como motor. Debemos recordar que la luz más vibrante se forja, precisamente, en la densidad de la oscuridad. La desmoralización que a veces nubla nuestros gremios sociales, profesionales y nuestra nación, no se cura con retórica, sino con la acción colectiva; los valores no se pierden por completo, se rescatan en cada acto mínimo de bondad, honestidad y respeto.
Al recibir este 2026, debemos hacerlo con la convicción de que el cambio real es un proceso de adentro hacia afuera. Propongo que este sea el año para ejecutar tres pilares fundamentales:
- Sanar las heridas: Dejar de mirar al prójimo como un adversario en la noticia y empezar a verlo como un compañero de viaje en la historia.
- Fortalecer la fe: No solo como un concepto místico, sino como la confianza absoluta en nuestra capacidad humana para construir un sistema más justo.
- Abrazar la transformación: Entender que el desafío es el combustible de nuestra evolución. Ser hoy mejores de lo que fuimos ayer.
El 2026 es el lienzo en blanco donde escribiremos nuestra victoria sobre la adversidad. Que este año sea el puente hacia una era de mayor consciencia. Tengamos la valentía de creer, la audacia de esperar y la fuerza para amar incondicionalmente. El futuro, después de todo, le pertenece únicamente a quienes todavía se atreven a soñar.
