La miniserie The Last Dance (El último baile en nuestro idioma), que produce y emite el canal de televisión estadounidense ESPN pero está disponible en todo el mundo a través de Netflix, se está convirtiendo en todo un éxito en este periodo de cuarentena en el que, por culpa de la pandemia del coronavirus, los aficionados no disponemos de deporte en directo que ver.
El programa es un documental que relata la temporada 1997/98 de los Chicago Bulls, la última en la que Michael Jordan jugó para la franquicia de Illinois. Consta de diez capítulos, de los que cada domingo se emiten dos; el último que hay disponible es el sexto.
Teniendo en cuenta la magnitud de los protagonistas de la trama, es de esperar que se desvelen acontecimientos históricos muy llamativos. Así ocurrió, por ejemplo, en el quinto episodio, que explica cómo se fraguó una relación comercial que hoy se ha convertido en icónica: la del propio Jordan con la marca de material deportivo Nike. Llama la atención que la empresa norteamericana no era, ni mucho menos, la primera opción del jugador.
Porque la preferencia de Michael era clara: Adidas. En sus inicios como baloncestista de élite, a la futura supererstrella le encantaban los diseños de calzado de la marca alemana. Incluso hay grabaciones en las que aparece en entrenamientos luciendo en sus pies zapatilas con las tres rayas características de esta firma.
¿Qué pasó, entonces? ¿Por qué acabó convirtiéndose en el icono de una empresa rival? Puede decirse que se debió a problemas de organización. “Adidas era una marca que no funcionaba bien en aquella época. Dijeron que les encantaría trabajar con Jordan, pero que en ese momento ni siquiera podían hacerle unas zapatillas adecuadas”, cuenta David Falk, su agente a principios de los años ‘80.
Otra opción interesante era Converse, la marca que, hasta los ‘70, había dominado indiscutiblemente el mercado de zapatillas de baloncesto y que todavía en aquella época conservaba mucho prestigio. Pero los californianos no tenían demasiado interés en hacerse con los servicios de un recién llegado a la élite (Jordan debutó como profesional en 1984): “Tenemos grandes jugadores en nómina y no nos vemos poniéndote por delante de ellos”, le dijeron.
Así pues, cuando apareció Nike ofreciéndole un cuarto de millón de dólares, no es que Michael no se lo pensara, sino que tampoco tenía muchas más opciones. Aunque con origen accidental, la jugada no salió nada mal a ninguna de las dos partes. Jordan, con unas Nike en sus pies, acabó convirtiéndose en, para muchos, el mejor jugador de la historia del baloncesto. Y la marca aprovechó su figura para consolidarse como una referencia en equipamiento deportivo y lanzar gamas de productos con su imagen que le aportaron beneficios enormes (tantos como para acabar absorbiendo a Converse en 2003).
De hecho, las múltiples reediciones de las Nike Air Jordan a lo largo de los últimos 35 años se han convertido en uno de los productos más exitosos en el mercado de las últimas décadas, logrando ir más allá del entorno del deporte hasta convertirse en una tendencia de moda urbana para prácticamente todo tipo de públicos. Se estiman más de 100 millones de pares vendidos, por valor de más de mil millones de dólares. Para el propio Michael, que se lleva un porcentaje de la venta de cada par, el negocio también es muy lucrativo: pese a haberse retirado por tercera y última vez en 2003 y tener hoy 57 años, sigue ganando más de 40 millones anuales solo en concepto de patrocinios.