Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad. (Marcus Aurelio).
Por: Magino Corporán Lorenzo
El lenguaje es la mejor radiografía del pensamiento humano y de la persona. Éste tiene fuerza y gran capacidad para marcar positiva o negativamente. Es importante siempre resaltar la condición de persona, la cual no se pierde por el hecho de tener discapacidad. No se debe usar un lenguaje que resalte el bastón, las sillas de ruedas, las muletas, las prótesis.
En lo referente a las personas con discapacidad, se usan términos como “inválido”, “impedidos”, “tullidos”, entre tantos otros. El uso de estos conceptos no es exclusivo del sentido común y tiene consecuencia sobre la percepción de este colectivo. Por ejemplo, el término “inválido” el prefijo “in” significa anulación y “válido” se refiere a validez, de donde se infiere que la persona designada con el término señalado no posee validez dentro de la sociedad. Produciendo así un contra sentido con el respeto a su dignidad humana y el pleno reconocimiento de sus derechos.
De la misma forma, tampoco es recomendable utilizar la palabra “minusválido” ya que “minus” es igual a menos y “válido” equivale a valor, significa, pues, que posee menor validez social que los otros.
Otro concepto erróneamente usado es incapacidad. Así, muchos dicen los “incapacitados”, para referirse a las personas con discapacidad, cuando técnicamente la incapacidad está referida a los accidentes laborales o a las enfermedades profesionales.
Los términos “especial” o “diferente” no son menos hirientes y productores de estigmas, en la medida en que discriminan, apartan o evidencian ciertas condiciones de las personas como si fuera lo que las define.
Hoy día la mejor forma de referirse al segmento poblacional que posee desventajas físicas, intelectuales y sensoriales es con el nombre genérico de personas con discapacidad –no como concepto definitivo sino como el menos hiriente- porque no se debe confundir a la persona con la discapacidad misma, dado que la discapacidad es el producto de la interacción entre la condición de salud a largo plazo de una persona y las barreras del entorno, que limitan su participación plena y efectiva.
Recordemos que el lenguaje que utilizamos no solamente proyecta nuestras creencias y convicciones más profundas, sino que, crea nuevas realidades fuera de nosotros: de la misma forma que el niño que siempre escucha que no es lo suficientemente bueno en algo terminará creyéndolo, así las personas que se tildan con término que disminuyen su valor o las diferencian del resto de la sociedad, terminarán asumiendo que es cierto.
Es necesario e importante unificar, en lo posible, una terminología no discriminatoria, ni peyorativa, ni degradante de la condición humana, sobre todo cuando es de conocimiento que todos somos potenciales a adquirir una discapacidad y si después de más de dos mil años se ha “logrado el respeto por la vida de estas personas”, justo es reivindicar un lenguaje que no degrade la condición humana de quienes tienen derecho a enriquecer la humanidad con sus aportes y a que se les respete sus diferencias, como expresión enriquecedora de la diversidad humana.