La modulación de la microbiota con cepas específicas de los pacientes con cáncer permite mitigar los efectos secundarios de los tratamientos antineoplásicos y mejorar la integridad de la barrera intestinal, que está muy comprometida en los procesos oncológicos.
Por el Día Mundial contra el Cáncer, que se conmemora cada año el 4 de febrero gracias a la AECC, repasamos las últimas novedades científicas respecto a este tema.
Cada 4 de febrero, Día Mundial Contra el Cáncer, centramos el foco en esta enfermedad, cuya sola mención es tan temida y cuya incidencia arroja cifras devastadoras. Se calcula que uno de cada seis fallecimientos a nivel global se debe a un cáncer y por eso, desde la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) potencian la celebración de este día, para visibilizar la realidad de esta enfermedad y exigir esfuerzos comunes en investigación.
Es precisamente en ese contexto, en el de la investigación y la búsqueda de nuevas dianas terapéuticas para tratar de abordar el tratamiento del cáncer, en el que la microbiota ha ganado un papel relevante. Tal y como explica la Dra. Sari Arponen en un artículo del blog de Nutribiótica, “se estima que un tercio de los casos de cáncer se deben a factores que tienen que ver con la conducta y la alimentación: obesidad o sobrepeso, poca ingesta de fruta y verdura, sedentarismo o consumo de tabaco y alcohol. Y en todas estas situaciones hay una alteración de la microbiota, una disbiosis”.
Esta disbiosis genera un estado proinflamatorio que puede afectar de manera negativa al metabolismo intestinal y al sistema inmune, “lo que puede
desencadenar procesos carcinogénicos tanto a nivel local como a distancia”, explica la experta, autora del best seller ¡Es la microbiota, idiota!. Además, la alteración de la microbiota también genera hiperpermeabilidad intestinal, que deja filtrar esas sustancias dañinas de la luz intestinal, como el lipopolisacárido de las bacterias gramnegativas de la microbiota desequilibrada.
“Incluso si hablamos de disbiosis oral, en situaciones en las que hay periodontitis, con presencia de Porphyromonas gingivalis, existe evidencia de su relación con neoplasias malignas de cabeza y cuello”, añade la Dra. Arponen. Otra bacteria periodontopatógena, el Fusobacterium nucleatum, se relaciona con una mayor agresividad del cáncer colorrectal, entre otros problemas.
Microbiota, probióticos y tratamiento oncológico
Más allá de la disbiosis de la microbiota intestinal y la oral como factores que pueden desencadenar la carcinogénesis, es importante tener en cuenta a nuestras bacterias de cara a frenar o reducir los efectos secundarios de la quimioterapia, la radioterapia o la cirugía.
Por ejemplo, es muy frecuente encontrar cuadros de diarrea y mucositis en pacientes que están con tratamiento oncológico. Tanto la Multinational Association of Supportive Care in Cancer and International Society of Oral Oncology como la European Society of Medical Oncology recomiendan en sus guías de práctica clínica el uso de probióticos a base de algunas cepas de lactobacilos en pacientes con diarrea por quimio o radioterapia.
En otro caso, el de pacientes con cáncer colorrectal, se ha comprobado que el uso de probióticos de forma perioperatoria puede reducir la tasa de infección asociada a la cirugía.
Oncobióticos, probióticos para ayudar en la lucha contra el cáncer
La mejora en la formulación de los probióticos, y la búsqueda de una Microbioterapia probiótica cada vez más individualizada, han llevado a la producción de productos
cuya diana de actuación es muy específica. En este caso, podemos hablar de oncobióticos, que son los probióticos que se utilizan como coadyuvantes para la prevención o el tratamiento del cáncer.
Desde 1993, año en el que se planteó por primera vez su uso, se ha seguido investigando y hoy ya sabemos que los oncobióticos actúan por dos vías: por un lado, potenciando la acción del tratamiento contra el cáncer, mejorando la integridad de la barrera intestinal y frenando el crecimiento de patógenos; y, por otro lado, atenuando o previniendo los efectos secundarios a los que antes hacíamos referencia.
Para que un probiótico sea considerado oncobiótico, debe estar formulado con cepas de origen humano, para así optimizar la adherencia al epitelio intestinal, la tolerancia a las mismas y que su actividad metabólica sea óptima, por ejemplo, mediante la producción de ácidos grasos de cadena corta.