Mucho más que una motivadora historia de amor de fama mundial, es ésta la garantía de que el musical dominicano tiene la seguridad de su permanencia y crecimiento que, además, provoca lágrimas de emoción.
José Rafael Sosa
Las proezas en el arte, como en cualquier otra actividad creativa de la humanidad, tienen un mérito implícito: aquel que proporciona experiencias vitales y trascendentes, más allá de su tiempo de duración en escena, más allá de sus aspectos visibles y medibles para referirse a un valor, el que generan su potencial y trascendencia.
El impacto estético de La Novicia Rebelde, que en su cierre por lo alto que provoca un nudo en la garganta y lágrimas en su público, fue montada en condiciones singularmente difíciles (sobre todo en tiempo de ensayo y disponibilidad de la sala principal en que se ofrecería) pese a lo cual logra un superior acabado escénico.
Haber disfrutado por dos horas y 28 minutos (sin incluir los 15 minutos del intermedio), aporta un indescriptible descanso mental y la garantía de una nueva generación de artistas para el género escénico más demandante.
De esa dimensión es la aventura de montar este fin de semana, el drama emocional, musical y danzario que protagoniza la novicia que procurando definir una vocación religiosa, encontró el amor de un hombre y el respeto de sus siete hijos.
A nosotros nos hizo llorar La Novicia Rebelde, (The Sound of Music), con la cual se reinauguró la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, cuando toda la asistencia, sin previo acuerdo, se sabe en el privilegio de una experiencia escénica que marca la vida.
La historia, consagrada como musical de Broadway , donde se estrenó el 16 de noviembre de 1959 en el Lunt-Fontanne Theatre, protagonizada por Mary Martin y Theodore Bikel, lo que le generó en 1960 ganó 5 premios Tony, incluyendo el de Mejor Musical, ha tenido una versión con talento criollo que se pone a la altura necesaria en actuación, música, canto y coreografías y que saca notas sobresalientes en sus aspectos técnicos, sobre todo escenografía, luces, sonido y vestuario.
Sentir como pueden desenvolverse los nuevos talentos, y de entre ellos, la increíble y múltiple en efectividad interpretativa Annabelle Aquino, (María Trapp), quien se inició a los 9 años en JAM y ahora con 14, muestra garras artísticas que se apoderaron de la sensibilidad del público.
No menos trascendente es su co-protagónico José Alexander Díaz (Capitán George Trapp) a quienes hay que agregar una joven de voz limpia y potente, como Karla Oviedo, es sentir que lo que se tiene en escena más que admiración, demanda respeto incondicional por la juventud que les adorna y el impactante desempeño que logran actoral y vocalmente.
Merecen resalto por sus actuaciones Megan Sánchez, María Laura Cochón, Regina Izquierdo, Vera Casquero, Isabel Garrigó, Lucía Bisonó y Mía Batista, Priscila Maltés, José Arturo Ruiz y María José Pernas.
La pregunta, tras la soberbia representación, que salta a la vista, es ¿cómo pudo lograrse este nivel con dos semanas en ensayos, con una sala principal entregada cinco días antes (debido a la Asamblea 46 de la OEA?). Poco tiempo real de ensayos fueron compensados por muchos meses de formación escénica integral en JAM Academy y hoy logran como talentos, que se sienta seguridad cuando haya inquietud sobre el futuro inmediato del musical criollo.
Esta es la sexta gran producción de JAM, desde 2011, presenta el primer musical realizado únicamente por estudiantes:
Disneys Aristocats! Kids. En 2012, JAM Academy presentó El Mago de Oz. En 2013, presentó La Bella y La Bestia. Oliver! en 2014, y Peter Pan en 2015.