Me sorprendió la tarde al subir a la azotea. Buscaba ver desde lo alto cómo transcurría Gazcue en su espacio de ciudad.
También procuré ver el infinito del Mar Caribe, cobijado de un tenue azul que se ponía gris y filtraba rojizos en un lienzo de nubes que también lo he visto pintado de estrellas y luna.
En ese trance las bullosas cotorras dibujaban sus siluetas, al mirar al cielo, sólo con la intensión de irse a dormir.
Así lo hacía el sol, al sumergirse entre edificios que ocultaban a dónde podría ir a pasar la noche.
En su despedida también encantó a miles de dominicanos que lo reverenciaban con atención sin perderle la vista.
Y como dije anteriormente, me sorprendió la tarde al subir a la azotea.
Gratuitamente el espectáculo Divino de luces y colores del atardecer, parecía transformarse, entre nubes, en personajes y paisajes celestiales, que sólo provocaban pensamientos de agradecimiento al Creador, que después de la vida que nos dio, llenó ésta República Dominicana, con bondades naturales, que bien vistas son bendiciones.
Autor: Jorge Casado