En 1959, las disqueras cubanas competían con las americanas, pero el nuevo régimen necesitaba crear su propia lírica. El bolero fue calificado de pesimista y decadente. Olga Guillot se exilió, las vitrolas pasaron a los almacenes de trastos y frente a los cabarés se cavaron trincheras, cuenta el autor. “Boleros prohibidos. La Habana sin Olga Guillot” es el nuevo libro del periodista y escritor cubano Armando López Salamó, un viaje a la fabulosa Habana de los años 50 (época de oro del bolero), a los orígenes del género y a toda la música de la isla que ha triunfado en el mundo. “Al paso del tiempo, el bolero se aparejó con el mambo (Benny Moré), la rumba (Celeste Mendoza), el danzón (Barbarito Diez); en México a la ranchera (Javier Solís, Pedro Infante, Antonio Aguilar y muchos otros), y, en cada país, tomó el lenguaje de las diferentes clases sociales”, explica el autor, memoria viva de la música cubana de todos los tiempos. López destaca que no era el mismo bolero-canción el que cantaba Olga Guillot, en el lujoso cabaré Tropicana, que los bolerones corta-venas, de amores despechados, que Orlando Contreras, Ñico Membiela o Daniel Santos sonaban en las 10.000 vitrolas (jux box) que llenaban los bares y bodegas de la isla. “La jerarquía de la vitrola en el ambiente musical latinoamericano incentivó a los autores a componer boleros, para ponerlos a sonar en estos aparatos. Así surgió, junto a los poéticos boleros de Agustín Lara, Oswaldo Farrés o Frank Domínguez, el llamado ‘bolero vitrolero’ en Cuba, ‘cantinero’ en Perú, o ‘arrabalero’ en México”, agrega López Salamó. Al triunfo de la revolución, en 1959, las disqueras cubanas Gema, Panart y Puchito competían con las americanas Columbia y MGM, gracias a la retroalimentación de las vitrolas. |