Mario Vargas Llosa, uno de los más grandes narradores de la lengua española y figura central del llamado “Boom latinoamericano”, ha muerto a los 89 años en Lima, la ciudad que lo vio nacer y ahora lo despide en silencio. Su fallecimiento, confirmado por sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana, marca el cierre de un capítulo fundamental de la literatura universal.
«Mario Vargas Llosa ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz», reza el comunicado publicado por sus hijos a través de las redes sociales. Sus restos serán incinerados y no se realizará ceremonia pública, en cumplimiento con sus deseos.
Una voz continental
Vargas Llosa fue, sin lugar a dudas, un intelectual irrepetible. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010, su obra trazó un puente entre la ficción y el poder, entre la vida política y la narrativa, entre la denuncia social y el arte literario. Desde su irrupción en la escena internacional con La ciudad y los perros (1963), el escritor peruano transformó las formas narrativas, fusionando estructuras complejas con retratos profundos de la condición humana en América Latina.
Con novelas como Conversación en La Catedral (1969), La casa verde (1966), La guerra del fin del mundo (1981) o La fiesta del Chivo (2000), el autor exploró los entresijos del poder, la violencia, la memoria y la libertad, con una prosa lúcida y rigurosa. Su obra se convirtió en espejo incómodo y necesario de las dictaduras latinoamericanas, del fanatismo ideológico y del desencanto de las utopías.
El intelectual que no se retiró
Más allá de su ficción, Vargas Llosa también fue un incansable ensayista y opinador. Su voz —en columnas periodísticas, conferencias y foros internacionales— fue una constante intervención en los grandes debates del siglo XX y XXI. Su transición ideológica del marxismo juvenil al liberalismo clásico fue objeto de polémicas, pero también de un pensamiento crítico sin concesiones.
Su compromiso con la democracia, la libertad de expresión y la defensa del individuo marcó sus posiciones públicas y sus conflictos con distintas figuras del poder en América Latina. Vargas Llosa no fue solo un novelista: fue también un testigo comprometido y provocador.
Literatura, política y controversia
Candidato a la presidencia del Perú en 1990 —cuando fue derrotado por Alberto Fujimori—, Vargas Llosa vivió intensamente la política, aunque luego se replegó hacia la literatura y el pensamiento. Su relación con el mundo político no cesó: denunció populismos de izquierda y derecha, defendió la unidad europea, y no dudó en tomar posiciones impopulares frente a gobiernos autoritarios de cualquier signo ideológico.
Esa vida pública, muchas veces polémica, nunca opacó la potencia de su literatura. Leída en más de treinta idiomas, estudiada en universidades de todo el mundo, su obra forma parte del canon esencial de la narrativa contemporánea.
Un legado sin epitafio
Mario Vargas Llosa deja más de seis décadas de trabajo literario ininterrumpido, una constelación de personajes inolvidables, una tradición renovada y una forma de narrar que combinó precisión estilística, ambición narrativa y conciencia crítica.
En tiempos de redes, inmediatez y fugacidad, su voz resonó con la lentitud reflexiva de los grandes clásicos. Como escritor, enseñó que la novela podía ser un arte total; como pensador, que la palabra escrita aún podía cuestionar el mundo.
Hoy, la literatura pierde a uno de sus faros. Pero sus libros —aquellos mundos densos y apasionados— seguirán vivos, sin fecha de caducidad.
“La literatura no solo es un pasatiempo o una evasión, es una forma de vida, una manera de entender el mundo”, escribió alguna vez Vargas Llosa. Y así vivió: escribiendo, discutiendo, creando. Hasta el final.