JONATHAN VILLA, de las Aguilas Cibaeñas, celebra un cuadrangular en el primer inning durante el torneo de béisbol Serie de las Américas frente a los Cardenales de Lara, en un partido celebrado en el Marlins Park, el domingo 22 de noviembre del 2015.
Puede ser mejor, pero la primera edición de la Serie de las Américas dejó a todos con la impresión de que este torneo reúne las condiciones para echar raíces en Miami, y crecer en número y calidad.
Al final la historia dirá que las Águilas Cibaeñas se coronaron campeones al vencer el domingo en la noche por 4-3 en un juego intenso y peleado a los Cardenales de Lara, aunque lo más importante es la semilla sembrada con la vista puesta en el futuro.
Águilas y Cardenales se entregaron a fondo, como si se tratara de un juego de máxima atención, y les tocó a los dominicanos -con un hit de Zoilo Almonte- romper un empate a dos en la novena entrada para levantar el trofeo de campeones.
Unas horas antes, los Tigres del Licey se habían apoderado de la tercera plaza al derrotar también por 4-2 a los Navegantes del Magallanes.
Quizá la promoción no fue todo lo amplia, tal vez el público no respondió al llamado del torneo de manera más generosa, pero los más de 22,000 aficionados que acudieron entre las dos fechas llenaron con su alegría y ritmo los espaciosos rincones del parque de los Marlins.
De acuerdo con información del comité organizador, la Serie de las Américas tiene garantizadas dos ediciones más que serían decisivas para darle pasaporte de permanencia en una ciudad donde el sabor latino se respira por cada esquina.
Aunque solo existe la intención y con eso no basta, la idea es invitar lo antes posible a equipos cubanos y no habría que romperse la cabeza para imaginar la fiesta entre los aficionados de Dominicana, Venezuela y Cuba.
«Este es el mejor público y el ambiente es excelente», expresó Orlando «El Duque» Hernández, quien lanzó la primera bola antes del partido por el título. «Nos gustaría que esta serie crezca en Miami».
¿Hasta dónde puede crecer? El gran sueño es que se convierta en la antesala de una Serie del Caribe con todas la de la ley, que borre las sombras de un par de intentos anteriores en 1990 en el Orange Bowl y 1991 en el Bobby Maduro que terminaron siendo fracasos económicos.
Cuando los equipos de las ligas invernales asuman que esta cita es parte intrínseca del calendario, cuando se logre que todos los juegos valgan para los circuitos domésticos y se incrementen los premios y las glorias, la Serie de las Américas adquirirá una estatura de respeto.
Entonces Miami tendrá todo el derecho a llamarse Capital del Béisbol del Caribe.