José Rafael Sosa
El teatro…!oh…el teatro! que vuelve a establecer sus puentes vivos matizados de sentimientos en una amplia paleta que va desde la risa irrefrenable y generada a partir de la vitalidad histriónica del elenco seleccionado, hasta el dolor que generan la infelicidad con todos sus garfios crispados, incluyendo el drama miserioso de las adicciones y la esfera de falsías de la infidelidad cuando o con quien menos se espera.
El montaje de El hijo de puta del sombrerero, original del dramaturgo neoyorkino Stephen Adly Guirgis, ganador en 2015 del Premio Pullitzer en teatro con la pieza «Between Riverside and Crazy», es un acontecimiento que hay que festejar.
Primero por la acertada selección del texto dramático de humor negro y la labor de producción (responsabilidad de Ra, Raúl Méndez), de ordinario poco reconocida.
Segundo por la cuidada dirección (sobre todo en lo referente al ritmo y tiempo teatrales (responsabilidad de Manuel Chapuseaux-.
Tercero, el triunfo escenográfico de presentar sucesivamente tres ambientes interiores de apartamentos de Washington Heights, sobre un gran mural de grafittis callejeros y definidos a partir de rápidos movimientos de las masas escénicas.
Y cuarto, el factor más trascendente: las cinco actuaciones, enfiladas en una coordinación que logra una vida expresiva que genera risa, admiración y silencios dramáticos a partir de la gama de sentimientos que desfilan de modo incesante, sin pausa alguna.
Kenny Grullón (Ralph, “asesor-consejero”) reitera su veteranía y se procesa como un pez en aguas conocidas, dando las tonalidades precisas de voz. Su actuación confiere la fuerza y veteranía que se puede esperar de su trayectoria.
Hony Estrella (Victoria, la mujer de Ralfh), con un papel no estelar, lograr transmitir el drama de la mujer abusada por la preconcebida dominancia masculina con todos sus efectos deletéreos de género. Resalta el manejo de su voz, que transmite esa angustia reprimida. Entregada a sus líneas, la Estrella, se deja disfrutar intensamente.
Irving Alberti vuelve a evidenciar una versatilidad digna del escenario teatral latinoamericano. Grácil, agudo, sensitivo y auténtico, este talento nos fascina con sus giros en escena y le va bien la responsabilidad en la vertiente del humor negro que destila a lo largo del montaje.
Naslha Bogaert, (Verónica) , es la actriz con un proceso que ha ido perfeccionándola cada vez más, pone toda la sensualidad y belleza y armonía de sus proporciones físicas, para trascender en la capacidad histriónica. Se le vive con intensidad para el espectador que se sabe ante una artista irrenunciable a sus faenas.
El Sierra
El caso de actuación sobresaliente es que nos representa José (Pepe) Sierra, (Johnny,), actor que nos sorprendió por el nivel que alcanzó al ser revelado en Pueto pa mí, drama barrial en que hizo de Cacheo, bajo la dirección de Iván Herrera en 2015.
Pepe Sierra es un diamante en desarrollo del escenario dominicano, dueño de una capacidad para el desarrollo del ritmo parlamentario, con acertadísimos movimientos escénicos, estampa muy propia bajo las candilejas. Reactivo y vivo al instante, es un regalo al espectador. Sabe provocar la risa y permanecer en el momentum dramático, tiene un registro vocal limpio y a tono. Sierra es responsable del punto interpretativo más alto del montaje y hay que ponerle atención y darle seguimiento. Tiene potencial para llegar a niveles insospechados.
Ficha Técnica. El montaje está a cargo de Producciones Raul Méndez y Producciones Tamima.
La dirección es de Manuel Chapuseaux, con las actuaciones de Nashla Bogaert, Hony Estrella, Irving Alberti, Pepe Sierra y Kenny Grullón.
El denominador común de esta propuesta es la estridencia y la violencia “da capo”. No hay matices en la puesta de Daulte. Las criaturas son estereotipos, “machietas”. Todo es gritado, exacerbado, vociferado, llevado al límite. Y eso, todo el tiempo, lo cual produce agobio y hastío. Tampoco hay dosificación de la energía.
Los tres protagonistas (Echarri, Dupláa, Mirás) están “al mango” en todo momento. No hay respiro, salvo los bienvenidos y oportunos toques de comicidad que introducen los personajes de Mazzarello y Garrote, que distienden y alivian un poco.
Por otro lado en lo estrictamente lingüístico la obra está construida sobre lo que la misma sociedad pacata que censura la palabra «puta» considera «malas palabras». Una detrás de otra y, por supuesto, gritada. Y está claro que no hago una objeción moral a su uso sino a una especie de contradicción presente entre ese (dudoso por prejuicioso) realismo lingüístico de los márgenes de la sociedad y la interesantísima resolución escenográfica de Alicia Leloutre que monta sobre la sala Pablo Neruda una suerte de casa de muñecas siniestra con muebles
«Between Riverside and Crazy» de Stephen Adly Guirgis, una obra calificada por los críticos como «hermosamente escrita», ganó el Premio Pulitzer de teatro. La obra sobre un ex policía cascarrabias dueño de una propiedad en la zona de Upper West Side de Nueva York, donde crea un refugio para unos huérfanos que se han convertido en su familia, fue anunciada el lunes como ganadora del premio de la Universidad de Columbia. Otras obras nominadas eran «Marjorie Prime» de Jordan Harrison, y «Father Comes Home from the Wars (Parts 1, 2, 3)» de Suzan-Lori Parks.
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