Por José Rafael Sosa
Guillermo Cordero, productor de espectáculos y más recientemente director teatral (El Último Instante, 2016, Sala Ravelo) regresa a las tablas en un tono escénico claramente distinto y haciendo apropio del sub-género burlesque.
Con el monólogo de Franklin Domínguez (al cual le realizó adaptaciones argumentales distintas a las del texto original, para sobre el tono del drama existencial profundo), permitió, en su momento, a Carlota Carretero ganar el Premio Soberano 2916 a Mejor Actriz. Sus palabras dedicando el Premio a Cordero, aun resuenan.
En éste, su segundo proyecto Cordero, lo primero que hay que olvidar es su primer trabajo. Ahora el género y la intención es otra: transita otro camino, el de la comedia ridiculizante de personajes y situaciones, por medio de tres de las indiscutiblemente mejores actrices con que cuenta el país, las cuales ofrecen un recital impecable de actuaciones, dignas del estudio de nuestras escuelas y talleres de teatro.
Lo que logran María Castillo (Popa), Karina Noble (Pupa) y Carlota Carretero (Pepa) es una impecable construcción de personajes de una supra-realidad: tres entrenadoras de crecimiento femenino respecto de poder masculino, la soledad, el compromiso, la entrega, la sexualidad, la edad y otros temas.
Cordero se apoya en una dramaturgia adaptada por sus talentos, en tres libros: ¿Por qué los hombres prefieren las cabronas? Y “¿Por qué los hombres aman a las cabronas? de la escritora norteamericana Sherry Argov, transformados en un fenómeno editorial de grandes proporciones y que ha sido traducido a más de treinta idiomas, al que se agrega “Confesiones de mujeres de 50, de un grupo de autoras.
Conceptualmente, nada nuevo porque el discurso de la lucha de géneros ha sido tratado en infinidad de oportunidad por igual infinidad de autores y autoras, montadas y remontadas en cantidad de escenarios. El detalle está en la originalidad del tratamiento en esta oportunidad, y en la cantidad de experiencia histriónica de sus tres trayectorias.
No se trata de una actuación teatral de conjunto dado que la interacción de las tres estrellas se produce en escenario solo al inicio y al final, sino de tres monólogos, para cuya realización al parecer se ha acudido a lo mejor del talento actoral de estas tres luminarias.
Sucesivamente, abordan: (María) el desafío mental que debe significar una mujer para un hombre; (Karina); la relación a largo plazo y para ello recomienda que espere el tema sexual. Finalmente ( Carlota) toca el tema del compromiso.
María Castillo, (Popa)abre por los caminos interpretativos sorprendentes: uso de sus tonos graves de voz, un mirar incisivo y un dominio corporal de la escena, todo para sustentar un discurso que se apropia de la concurrencia femenina.
Karina Noble, (Pupa) ocupa el parlamento intermedio, llena la escena con una utilería/escenografía simple y efectista, sobre la cual desarrolla una intervención matizada por la ironía, el sarcasmo y el peso de las verdades que, con un ritmo incesante va desglosando. Las risas, los aplausos y el imperio de las verdades que teje, hacen el resto.
Carlota Carretero (Pepa) entra con la responsabilidad de dejar en alto el rictus escénico iniciado por sus dos compañeras. Y mire que si lo logra. De hecho, es la participación de mayor impacto por la apropiación tan fina que hace de esa mujer, para lo cual se adentra en el dominio de la voz, que imposta con una maestría singular aplicando el acento cibaeño.
El desdoblamiento que logra Carlota de Pepa, se apoya en una recreación cuidadosamente trabajada. El personaje se hace memorable y es el que mejor queda fijado en la memoria emotiva del público, sin desmeritar para nada la labor de Castillo y Noble, quienes evidencian
Lo técnico
El montaje de Colorín Colorado alcanza altura por la perfección de sus recursos técnicos: vestuario, (de Michelle Reynoso) peluquería (de Xiomara García), maquillaje (de Ken López) y aditamentos cuidadosamente aplicados para crear este universo colorido, escénicamente radical.
La escenografía del fondo (apoyada en concepto de Cordero, diseñada por Guiselle Madera y construida por Carlos Ortega), la sentimos simplista y marcadamente televisiva, pero cumple con su papel de soporte que marca el espacio. Pudo haber sido mejor. A ello se añade el buen diseño de luces a cargo de Bienvenido Miranda. Es resaltante el recurso de aditamentos de relleno de colcha espuma, pechos impresionantes, caderas y nalgas de las tres actuantes.
Colorín Colorado transita, como texto, caminos conocidos y remontados decenas de veces.
La diferencia la hace ahora el tratamiento singular de Cordero y la versatilidad de estas tres figuras del teatro dominicano, actuaciones y concepción escenográfica que nos hace proclamar: “!Este cuento si ha cambiado!”