Santo Domingo no solo fue testigo de un concierto. Fue testigo de una resurrección emocional. Bajo el cielo estrellado del Estadio Quisqueya, no hubo tarima, luces ni micrófonos que compitieran con la intensidad espiritual de una noche que muchos describieron como un “abrazo celestial”. El grupo cristiano Barak regresó a casa después de ocho años, y lo hizo como quien vuelve no solo a cantar, sino a sanar.
Afuera, la ciudad aún cargaba el luto nacional por la tragedia del Jet Set. Adentro, al rededor de 26 mil espectadores en Youtube se unieron en un abrazo virtual a los más de 15 mil asistentes al estadio, que se fundieron en una sola voz, clamando esperanza en medio del dolor. El aire vibraba con las notas de “Se Trata de Cristo”, pero también con las lágrimas de quienes habían perdido, de quienes aún no entendían, de quienes buscaban sentido.

Un altar colectivo
La puesta en escena fue más que un espectáculo; fue una liturgia artística. Danzores vestidos de blanco danzaban como ángeles terrenales. Shofaristas abrían el cielo con cada sonido ancestral. Las pantallas proyectaban un homenaje conmovedor: nombres, rostros, historias interrumpidas. Y entonces, los globos. Doscientos globos blancos se elevaron como oraciones silenciosas, cada uno con un suspiro, una súplica, una memoria.
La pastora Yesennia Then tomó el micrófono no para predicar, sino para sostener el alma colectiva con una oración que atravesó la multitud como un bálsamo.



Barak: voces para un pueblo herido
Robert Green, vocalista y rostro del grupo, no buscó protagonismo, sino consuelo. Su voz temblaba, pero no de nerviosismo: era la emoción de quien canta con el corazón desbordado. “Dios es el único que puede gobernar una tierra como esta, porque solo Él conoce su dolor”, dijo, antes de mencionar nombres que duelen: Rubby Pérez, Octavio Dotel, Martín Polanco. Figuras queridas que se apagaron en la tragedia, pero que esa noche fueron nombradas para que no fueran olvidadas.


Música que sana
El repertorio fue escogido con precisión quirúrgica del alma. “Libre Soy” no fue un hit más: fue una declaración de supervivencia. “Todo Va a Estar Bien” no fue consuelo vacío: fue un decreto colectivo. El escenario se convirtió en un río de fe, donde fluyeron colaboraciones con artistas como Paul Wilbur, Averly Morillo, Tercer Cielo, Redimi2 e Israel Houghton. Cada uno aportó un lenguaje distinto, pero un mismo mensaje: unidad, propósito, eternidad.

La noche en que el cielo bajó
Hubo un instante —difícil de describir, imposible de ignorar— en que el estadio entero se quedó en silencio. Ni una nota, ni una voz, ni una distracción. Solo miles de personas con los ojos cerrados, las manos en alto, y el corazón latiendo al unísono. Fue allí donde Barak dejó de ser grupo y se volvió puente. Un puente entre el duelo y la esperanza. Entre el “por qué” y el “aún así, confío”.
Más que música
La producción a cargo de PAV Events no escatimó en detalles, pero no fue eso lo que hizo especial la noche. Lo que marcó el alma de quienes estuvieron allí fue la sensación de haber vivido algo más grande que un concierto. Barak no solo cantó. Barak tejió consuelo, restauró ánimos y recordó que la fe no elimina el dolor, pero lo ilumina.
Y cuando las luces se apagaron y los asistentes comenzaron a salir en silencio, quedó una certeza flotando sobre Quisqueya:
Aún en el quebranto, Dios sigue siendo fuerte. Y su pueblo, aún con lágrimas, sigue cantando.