Por Josefina Fernández
Nunca olvidaré aquellas vacaciones de diciembre, dos meses después de haber cumplido nueve años. Estaba emocionada porque pasaría una semana en el campo con mis abuelos maternos, en La Vega. Lo que no imaginaba era que ese viaje marcaría mi relación con uno de mis alimentos favoritos: el arroz.
Mi abuela cocinaba el arroz como nadie y me consentía tanto que, si al mediodía me servían otra cosa, sentía que no había comido. Recuerdo que, al llegar, me dijo que mi abuelo estaba trabajando en una factoría de arroz en la provincia Duarte, cerca de San Francisco de Macorís. En ese momento, no tenía idea de la importancia de ese producto, pero con los años comprendí que el arroz es el alimento más consumido en la República Dominicana y una pieza clave de la economía nacional.
Tal vez por mi gusto por el arroz o por mi inclinación a analizar el comercio internacional, desde que la República Dominicana se adhirió en 2004 al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Centroamérica (DR-CAFTA), me interesé en su impacto en la economía del país. Según los términos del acuerdo, se estableció una eliminación gradual de los aranceles desde 2016 hasta 2025, lo que significa que a partir de este año, Estados Unidos y los demás países miembros quedarían exentos del pago de impuestos por la importación de arroz.
Desde 2006, República Dominicana logró la autosuficiencia en la producción del cereal y generó excedentes para la exportación. Esto fue posible gracias a la implementación del Programa Nacional de Pignoración, que aseguraba a los productores un precio de sustentación, garantizando beneficios y estabilidad para el consumidor.
Hoy en día, el arroz es el cultivo de mayor trascendencia económica y social en el país. Se siembran alrededor de tres millones de tareas y se producen aproximadamente 14 millones de quintales anuales. Su producción, procesamiento y comercialización son actividades fundamentales en 21 provincias y 35 municipios, involucrando a 30,000 productores. Además, genera cerca de 200,000 empleos directos y 300,000 indirectos, con un impacto económico de aproximadamente 42,000 millones de pesos (unos 700 millones de dólares).
La principal preocupación de los productores locales radica en la importación de arroz. En Estados Unidos, la producción del cereal recibe subsidios gubernamentales, lo que imposibilita la competencia en igualdad de condiciones con un país como el nuestro, que no cuenta con esas facilidades. En el pasado, el mayor reto para el sector arrocero dominicano era la falta de productividad y competitividad, pero en las últimas dos décadas se han logrado avances notables. Se han desarrollado nuevas variedades de arroz con mejor tamaño de grano, mayor rendimiento y mejor calidad en la cocción. De hecho, el arroz importado solo se comercializa si se mezcla con el criollo en una proporción no mayor al 10-15%, para mantener la calidad de las marcas nacionales.
Sin embargo, los costos de producción siguen siendo un obstáculo. La reducida economía de escala, debido al tamaño limitado de la mayoría de las fincas, y la dependencia de insumos importados como maquinaria, combustibles, fertilizantes y agroquímicos, encarecen la producción local.
Según datos del Banco Central de 2024, la balanza comercial entre República Dominicana y los países del DR-CAFTA presenta un marcado déficit. En el intercambio comercial con Nicaragua, el saldo fue ligeramente positivo (0.3% del total), pero con Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras, el déficit alcanzó un 83.6% en importaciones frente a un 16.4% en exportaciones.
Con Estados Unidos, la situación es similar: de cada 100 dólares de intercambio, solo el 37.4% corresponde a exportaciones dominicanas. En 2024, las exportaciones a EE. UU. alcanzaron 6,914.5 millones de dólares, mientras que las importaciones sumaron 11,558.2 millones. Además, el 90% de las exportaciones dominicanas a EE. UU. provienen de zonas francas, no de la industria nacional.
En total, el comercio entre República Dominicana y los países del DR-CAFTA en 2024 fue de 7,076.4 millones de dólares en exportaciones frente a 12,384.4 millones en importaciones, generando un déficit de 5,308 millones de dólares.
Frente a este escenario, la principal preocupación actual es la desgravación arancelaria del arroz en 2025, que dejará en cero la tasa de importación. Esto podría tener consecuencias devastadoras para la economía nacional, el empleo y la estabilidad social. A lo largo de los años, diferentes gobiernos han intentado negociar con Estados Unidos una prórroga o la eliminación de la tasa cero para la importación del arroz, pero sin éxito.
Hoy, cuando reflexiono sobre aquella niña que se enamoró del arroz en sus vacaciones de infancia, me doy cuenta de que nunca imaginé que ese mismo producto estaría en el centro de un debate comercial con consecuencias profundas para el país.
Lo que está en juego no es solo un alimento esencial en nuestra dieta, sino el sustento de miles de familias y la estabilidad de un sector fundamental para nuestra economía. Como aquella niña que descubrió la magia del arroz en la cocina de su abuela, hoy siento la responsabilidad de defender su futuro y el de quienes lo producen.