Por CÁNDIDA FIGUEREO -Periodista, reside en Santo Domingo
Competir, casi siempre, resulta interesante entre los contendientes que procuran alcanzar la gloria para provecho de los demás o el propio en una “guerra sin cuartel” en la que es válido el conocimiento, no desmayar ni un solo día en el propósito de que se trate, tener fe y disponer de todo lo que esté a su alcance para lograrlo en buena lid.
Si la fe mueve montaña, quien se abraza a esta puede considerarse vencedor sin menospreciar a los demás para no enrostrarles que el fracaso es propio de quienes adolecen de confianza para llegar a un objetivo..
Quien tiene fe está seguro y esa positividad se extrapola a todo el que le acompaña en pro de un fin común que nada ni nadie detiene porque está convencido de que el triunfo es suyo.
En Mateo 17:20 se registra que Jesús dijo: «Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a una montaña: «trasládate de aquí para allá», y se trasladará. Para ustedes nada será imposible.»
La alusión a una montaña es un puro ejemplo, puede tratarse de otro tipo de propósito y lograrás el mismo si de manera firme te arropas en la fe para competir en cualquier área o propósito de que se trate.
El hombre o mujer de fe no temen a nada ni a nadie cuando su seguridad se sostiene en la firmeza. No faltan quienes confunden el respeto con el miedo, cuando esto último está muy lejos de quienes viven abrazados a la fe.
Toda persona, al margen de su linaje, merece respeto. El más pobre de los pobres, quienes ostentan un rango intermedio o los que tienen abundancia económica son dignos de respeto y de manera individual estar abrazados a la seguridad.
¿Para qué sirve el respeto? Se cuestionan no pocos. Abundan quienes alegan que con el respeto no se va al mercado o al súper y que esto es cosa del pasado. Estos no compiten por fe porque su valoración es muy vaga.
Estas personas falta de fe, cuando enferman sin posibilidad de cura quisieran tener esa seguridad de quienes teniendo mucho o poco refuerzan aún más la certidumbre. Y con su fe inquebrantable logran su propósito de ser feliz y llegar a la cumple porque saben lo que es competir aferrados al convencimiento.
Competir abrazado a la fe es lo que importa y llegarás, al margen de los obstáculos que pongan en tu camino, porque la fe mueve montañas.
UN GRAN AMIGO
No siempre, en el trayecto de la vida, abunda esa persona a la que se define como un gran amigo por su don de gente dispuesto a servir al margen de recompensa alguna. Tenerlo de compañero en la faena del ejercicio periodístico es una gran suerte, y que esa persona mantenga igual trato cuando una se traslada a otro escenario es una virtud.
Esa suerte y virtud fueron un honor inspirado por Marino Arias Betancourt, con quien tuve el privilegio de compartir en la redacción del cesado vespertino Ultima Hora donde ambos fungíamos como reporteros. Siempre estaba de buen humor y buscaba la vía más expedita para un comentario que hiciera reír.
Esta faena daba lugar a que no pocas veces, para distensión del grupo en este oficio estresante, Marino hiciera un breve relato que hacía reír mientras él se quedaba igualito como si no hubiese dicho nada, amén de que era una persona muy positiva.
Sabía que no estaba bien de salud, porque conversábamos ocasionalmente de asuntos de trabajo y también le di seguimiento a su internamiento. Su partida me resultó pesarosa. Prefiero recordarlo como en los tiempos de faena, siempre alegre y listo para servir. Lamentablemente, no creo que haya una réplica suya tan exacta, tan noble.