COLOMBIA. Las autoridades aeronáuticas colombianas confirmaron ayer que el avión accidentado cerca del aeropuerto de Medellín que dejó 71 muertos, entre ellos la mayor parte de la plantilla titular del equipo de fútbol brasileño Chapecoense, “no tenía combustible” en el momento del impacto.
“Podemos afirmar claramente que la aeronave no tenía combustible en el momento del impacto, por lo tanto iniciamos un proceso de investigación para poder establecer el motivo”, dijo en rueda de prensa el secretario de seguridad de la Aeronáutica Civil (Aerocivil) de Colombia, Fredy Bonilla.
El avión, de la compañía boliviana Lamia, se estrelló el lunes a solo 17 kilómetros de la cabecera de la pista del aeropuerto José María Córdova de Rionegro, que sirve a Medellín, lo que causó 71 fallecidos y dejó seis supervivientes entre sus 77 ocupantes.
La falta de combustible es una de las hipótesis que se manejan para explicar el accidente ocurrido en Cerro Gordo, en la jurisdicción de La Unión, localidad cercana a Medellín.
Mientras el avión realizaba un recorrido circular durante la espera, la desesperación del comandante aumentó. “Falla eléctrica total, sin combustible”, dijo en unos tensos momentos finales antes de que el aparato iniciase una caída de cuatro minutos.
Para entonces, la controladora había calibrado la gravedad de la situación y pidió al otro avión que abandonase su maniobra para dejar sitio al vuelo chárter. Pero era demasiado tarde. Justo antes de quedarse en silencio, el piloto dijo que estaba volando a una altura de 9.000 pies e hizo una última solicitud a tierra: “¡Vectores, vectores!”.
La grabación, obtenida por medios colombianos, parece confirmar el relato de una auxiliar de vuelo que sobrevivió al siniestro y de un piloto que volaba cerca y escuchó la frenética conversación. Esto, junto a la falta de explosión en el impacto, apuntan hacia un extraño caso de agotamiento de combustible como la causa del accidente del avión, un BAE 146 Avro RJ85 que según los expertos cubría la distancia máxima que puede recorrer en el vuelo que partió de Santa Cruz, en Bolivia.
“El avión tenía un vuelo planeado para el máximo de su capacidad. Ahí mismo se dice que incluso si todo va bien, no van a tener una gran cantidad de combustible cuando lleguen”, dijo John Cox, piloto de aviones retirado y CEO de la empresa Safety Operating Systems, con sede en Florida. “No entiendo cómo pudieron hacer el vuelo sin paradas con los requisitos de combustible que estipulan las regulaciones”.
Mientras los expertos trabajaban, miles de seguidores del Atlético Nacional de Medellín vestidos de blanco abarrotaron los 40.000 asientos del estadio donde su equipo tenía que disputar el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana contra el malogrado Chapecoense brasileño. Con las palabras “Campeones Eternos” en una pantalla grande, la habitualmente combativa hinchada del Atlético puso el espíritu deportivo por delante y rindió homenaje al rival, que pidieron que sea declarado vencedor del torneo.
Durante el acto se leyeron los nombres de los 71 fallecidos en el accidente del lunes por la noche mientras una banda militar tocaba marchas fúnebres y helicópteros Black Hawk, que participaron en las labores de rescate que lograron sacar a seis personas con vida de entre los escombros, sobrevolaban el estadio Atanasio Girardot. En las gradas, los seguidores se pusieron en pie para guardar un minuto de silencio sosteniendo velas y carteles que decían “Todos somos Chapecoense” y “El fútbol no tiene fronteras”.
El momento más emotivo del tributo en Medellín fue un discurso del ministro brasileño de Exteriores, Jose Serra, quien viajó a la ciudad junto con un avión militar para repatriar los cuerpos de las víctimas, que en su mayoría eran compatriotas. El funcionario destacó el hecho de que ambos equipos compartiesen colores, verde y blanco, un signo de unidad en medio de la tragedia.
“Los brasileños no olvidaremos jamás la forma en que los colombianos sintieron como suyo el terrible desastre que interrumpió el sueño de Chapecoense”, dijo en español el canciller, interrumpido por sus propias lágrimas y la ovación de los presentes en la cancha. La solidaridad de los colombianos, agregó, ofrece un enorme consuelo, “una luz en la oscuridad cuando todos estamos intentando lo incomprensible”.
Al otro lado del continente, en Brasil, el ambiente era incluso más sombrío cuando residentes de la pequeña ciudad agrícola de Chapecó llenaron su estadio para asistir a una misa católica con los familias de las víctimas y los futbolistas que no viajaron a Medellín con el equipo.
A la misma hora que deberían haber estado en sus casas viendo a su equipo por televisión, más de 22.000 seguidores del Chapecoense lloraban al ver videos de homenaje llegados de todo el mundo. Después corearon los nombres de cada uno de los miembros del plantel además de la aparición de Carlos Miguel, un niño de cinco años, que se disfraza de “mascota” del club con un tocado de indígena chapecó y que muchos temieron que pudiera ir a bordo del avión.
El Chape llegó a la cima del futbol sudamericano sin contar con grandes estrellas ni jugadores de la celebrada selección nacional. Hace siete años militaba en la cuarta división y en 2014 ascendió a la máxima categoría. Su camino a la final de la Copa Sudamericana impresionó a fans de todo el continente al eliminar a algunos equipos legendarios de la región.