Más allá de los pétalos de rosa en la arena y las ceremonias al atardecer, el turismo de bodas en República Dominicana se ha convertido en un fenómeno económico y social con implicaciones profundas.
Lo que comenzó como una alternativa romántica para parejas extranjeras que buscaban casarse frente al mar, se ha transformado en un ecosistema de valor compartido, donde la belleza natural del país es solo el punto de partida.
Un motor silencioso de desarrollo
Durante la inauguración del Congreso Internacional de Bodas de Destino, que reúne en Punta Cana a más de 400 profesionales del sector, el ministro de Turismo, David Collado, no solo celebró que el país se posiciona como líder del Caribe y cuarto a nivel mundial en este nicho. También destacó un hecho poco visibilizado: el turismo de bodas está impulsando el empleo local, el emprendimiento femenino y la formalización de servicios en las comunidades turísticas.

“Cada boda de destino que se celebra aquí involucra a decenas de personas detrás del telón: decoradores, músicos, chefs, transportistas, estilistas, floristas, y hasta artesanos que producen recuerdos hechos a mano”, señaló Collado. “Estamos hablando de un impacto económico que se extiende más allá del hotel”.
El amor como cadena de valor
Según Mirta Sánchez, presidenta de la Asociación de Bodas y Eventos de República Dominicana y embajadora de la IADWP, el país celebró el año pasado miles de bodas, con cientos de ellas bajo la modalidad de destino, lo que implica no solo la llegada de los novios, sino también la de familiares, amigos y proveedores internacionales.

“Una sola boda puede generar más ingresos que tres habitaciones ocupadas durante una semana”, comenta Sánchez. “Este es un turismo de alto gasto, pero también de alta conexión emocional con el país. Quienes se casan aquí, regresan como turistas, y muchos, incluso, como inversionistas o embajadores de marca país”.
Comunidades que florecen
En lugares como Bayahibe, Samaná o Miches, el auge del turismo de bodas ha traído consigo proyectos de formación para pequeños negocios, alianzas con escuelas técnicas y programas de sostenibilidad liderados por hoteles que buscan integrar a los residentes en las cadenas de valor.
“Ya no se trata solo del lujo, sino del impacto. Hay mujeres que han abierto talleres de costura para vestidos de dama de honor, jóvenes que han aprendido fotografía de bodas o edición de video, y pescadores que ahora ofrecen tours privados a recién casados”, dice Kitzia Morales, presidenta de la IADWP. “El amor está cambiando vidas aquí”.
Una nueva narrativa turística
Este giro hacia lo experiencial y personalizado ha contribuido al reposicionamiento de República Dominicana como un destino que va mucho más allá del cliché de sol y playa. Hoy, es un país que ofrece escenarios históricos en la Ciudad Colonial, ceremonias ecoamigables en parques nacionales, bodas espirituales en la montaña o enlaces boutique en villas privadas frente al mar.
Hoteles como Catalonia Bayahibe, que combina sostenibilidad con hospitalidad caribeña, se han convertido en referentes del turismo nupcial consciente. “Nos casamos bajo una pérgola frente al mar, rodeados de cocoteros, música dominicana y una cena al aire libre sin plásticos, con productos locales y cocteles artesanales”, cuenta Clara R., una novia canadiense que celebró su boda en abril.
Formación, calidad y sostenibilidad
El Congreso Internacional también ha servido como escenario para lanzar iniciativas de capacitación y certificación profesional en coordinación de bodas, etiqueta, montaje, servicio y manejo de emociones, apostando por elevar los estándares y exportar talento dominicano al mundo.
El país trabaja además en fortalecer su marca como destino eco-responsable, promoviendo bodas sin huella de carbono, minimizando el uso de plástico, e incluyendo prácticas como el reciclaje, el uso de flores locales y la compensación ambiental.
Un futuro prometedor
República Dominicana no solo lidera el turismo de bodas en la región; está redefiniendo el significado del amor en el turismo: como oportunidad, como desarrollo, como identidad. Cada boda celebrada aquí es un acto de fe en el futuro, no solo para los novios, sino para las comunidades que hacen posible ese momento inolvidable.
“El amor siempre ha sido universal”, dice Mirta Sánchez. “Ahora también es local, sostenible y profundamente dominicano”.