Desde Barbastro, una pequeña ciudad de la provincia de Huesca, en España, con poco más de 17 mil habitantes, resuena el ritmo caribeño entre tratamientos estéticos, sonrisas y música alegre. Allí, la doctora Gerdica de los Santos, una médica dominicana, ha logrado lo que para muchos parecía inalcanzable: fundar su propia clínica, formar parte de uno de los laboratorios médicos más prestigiosos del mundo y convertirse en un referente internacional en medicina estética. Su historia es un viaje de superación, donde ha cruzado fronteras, enfrentado miedos y roto barreras, todo mientras se mantiene fiel a sus raíces y a su verdadera vocación: sanar, escuchar y transformar.
Raíces humildes, sueños grandes
Nacida en la República Dominicana, Gerdica creció en una familia humilde, pero rica en valores. A los ocho años se trasladó con sus padres y hermanas a La Romana, donde vivió gran parte de su infancia y juventud. Siendo la mayor de tres hermanas, recuerda con gratitud la estricta pero visionaria disciplina de su madre: «Los sábados no eran para dormir, eran para estudiar inglés y computación», cuenta entre risas. Aquella rutina que entonces parecía una molestia, hoy la reconoce como una herramienta vital en su carrera internacional.
Su amor por la medicina nació en la infancia, inspirada por su pediatra. Aunque al terminar el bachillerato se sintió indecisa, cada vez que escribía una lista de posibles profesiones, volvía a poner «medicina» en primer lugar. Y así fue. Se formó como médico en la Universidad Central del Este (UCE), graduándose summa cum laude y se destacó como una de las mejores de su promoción.
En 2009, recibió una beca para estudiar en España. Aunque su primera opción era Estados Unidos, terminó aceptando una oportunidad en Barcelona, sin conocer a nadie en el país. “Fue un choque de emociones. No tenía familia ni a nadie que me apoyara, pero mis padres me empujaron. Gracias a ellos, me atreví”, recuerda.
Durante su estancia en España, una crisis personal relacionada con su piel la llevó a descubrir la medicina estética. «Tuve brotes en la cara y ninguna crema funcionaba. Me motivé a estudiar sobre el cuidado de la piel, y terminé enamorándome de esta rama», explica. Así comenzó su nueva pasión: ayudar a otros a sentirse bien por dentro y por fuera.
La medicina estética: mucho más que apariencia
Sin embargo, para la doctora, la medicina estética va más allá del físico. “Veo muchas carencias emocionales en consulta. Muchas personas llegan con heridas profundas que intentan sanar a través de su imagen. A veces paso una hora explicándole a un paciente que está bien como
está, que es hermoso. Salen agradecidos, no solo por el tratamiento, sino por sentirse escuchados”.
Uno de los testimonios que más la marcó fue el de una paciente con baja autoestima que usaba flequillo para ocultar sus ojeras. Tras un sencillo tratamiento, su actitud cambió por completo: “Le devolví la confianza, volvió a tener reuniones presenciales y me dijo que le había devuelto la vida. Eso no tiene precio”.
Su clínica, un sueño logrado
La especialista en medicina estética entiende que nada de lo que ha logrado ha sido casualidad. Su éxito, asegura, ha sido parte de un plan divino. “Creo firmemente que todo lo que me ha pasado ha sido parte del propósito de Dios. Estar donde estoy hoy, en un pueblo pequeño, sin conocer a nadie, y haber llegado a formar parte de un laboratorio médico de prestigio internacional… eso no es suerte, eso viene del cielo”, afirma con emoción.