Junot Díaz, es ahora espejo en cual mirarnos todos, expuestos a la abrumadora tendencia a martirizar mediáticamente a quien sea, siendo inocente o culpable.
Jose Rafael Sosa
El escritor norteamericano de origen dominicano Junot Díaz ha sido arrinconado mediáticamente y las redes sociales a partir de acusaciones de supuestos abusos y/o acosos sexuales, el principal de los cuales, es haber obligado físicamente a una entonces estudiante de literatura, a besarle y con otras imputaciones que le atribuyen expresiones misóginas y machistas.
Lo que ha ocurrido con ese narrador, es un fusilamiento mediático, que no merece. Si en las investigaciones que se encaminan ahora, resulta culpable, que pague por sus acciones, pero lo hemos hecho como culpable previo fabricado por una comunicación manejada y manipuladora.
No se plantea aquí, la culpabilidad o inocencia. Puede ser o no ser responsable. Y nadie puede justificarlo en caso de que resulte culpable.
Pero lo que se expone ahora no es eso.
Lo que se plantea es del manejo del caso por parte de los medios de comunicación y particularmente en las redes sociales, en la que el escritor ha tenido una especie de paredón moral.
A continuación, transcribimos tres documentos emitidos por intelectuales y académicos, que deben ser tomados en cuenta para evaluar el caso.
Se trata de las comunicaciones de un representativo grupo de los intelectuales y académicos EU,(1), de la escritora panameña Linda Martin Acolff actualmente como docente en Filósofa en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y el articulo de la escritora y ensayista dominicana Sherezade- Vicioso (Chiqui)
1.
Escribimos con profunda preocupación sobre las formas en que la prensa y los medios sociales han convertido los tweets realizados contra Junot Díaz en temas de actualidad y titulares en los principales periódicos tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.
La recepción y repetición (a veces no crítica) de los cargos ha creado lo que equivale a una campaña de acoso de los medios de comunicación en toda regla. Han llevado a la caracterización del escritor como una persona extraña, un depredador sexual, un misógino virulento, un abusador y un agresor.
En menos de 24 horas después de los tweets, los eruditos y escritores llamaron a boicotear al ganador del Premio Pulitzer y a retirarse de la Fundación de las Artes Voices of Our Nations.
No pretendemos descartar las acusaciones actuales o futuras de mala conducta por parte de Díaz o cualquier otra persona. También reconocemos los efectos negativos e inquietantes de los actos de agresión verbal o psicológica o las relaciones tóxicas en las mujeres que los experimentan. (N. de JRS).
Nuestra preocupación es con el registro sensacionalista en el que los medios y algunos usuarios de los medios sociales han retratado las acusaciones de mala conducta dirigidas contra el autor latino. También nos preocupa que se hayan presentado formas muy diferentes de violencia de género con el mismo impacto, carentes de matices y sin relación con otros sitios de violencia como la raza, la clase, el estado migratorio y el origen étnico.
La caracterización resultante de Díaz como un depredador sexual agresivo y peligroso del que todas las mujeres deben ser protegidas refuerza los estereotipos racistas que consideran que los negros y latinos tienen una «naturaleza» sexual animal. Estos son los mismos estereotipos que conducen a la objetificación sexual de los negros y mujeres latinas, y a la estigmatización y el castigo físico de los hombres negros y latinos.
Los tweets contra Junot Díaz se enmarcan como parte del movimiento #MeToo. Somos conscientes de que la plataforma creada por #MeToo es un recurso esencial para las mujeres, ya que buscamos protegernos en una sociedad sexista que promueve conductas violentas contra las mujeres y las niñas. #MeToo ha abierto muchas puertas en los Estados Unidos para que las mujeres exijan justicia y expongan a los depredadores y al comportamiento predatorio. Ha sido efectivo precisamente porque está cambiando la cultura de la comunicación en la que estos comportamientos prosperan.
Debemos trabajar para salvaguardar la plataforma necesaria del movimiento #MeToo a medida que crece. Debemos asegurarnos de que no se convierta en otra forma para que los medios, incluidas las redes sociales, creen un espectáculo para una sola persona.
Visualizamos un movimiento #MeToo que no se convierta en otra forma de controlar a las mujeres y sus elecciones, lo que puede incluir cuestionar el ambiente tóxico normalizado por la dinámica comunicacional de la plataforma.
Cuando se detienen las voces críticas por miedo a la vergüenza de los medios sociales, o la posibilidad de repercusiones en nuestro entorno profesional o social, nos vemos atrapados en otra forma de violencia que ha afectado a las mujeres durante siglos: el silenciamiento.
El tema que nos ocupa no es si uno cree en Díaz o sus acusadores, sino si uno aprueba el uso de los medios para hacer un espectáculo violento de una sola persona y, al mismo tiempo, cancela la posibilidad de desacuerdo sobre los hechos en de la mano, o borrando una atención sostenida de cómo la violencia del odio racial, la pobreza estructural y las historias de colonialismo se extienden a los espacios más íntimos.
Esta carta es una invitación a una conversación crítica para todos, incluidos los hombres que pueden o no ser acusados, que están interesados en la justicia más allá del espectáculo del castigo que ofrece la prensa y la vergüenza pública dirigida por Internet.
Esperamos participar en una conversación abierta, reflexiva y constructiva.
Firmantes;
Aisha Beliso de Jesús, Professor of African American Religions, Harvard Divinity School
Cristina Beltrán, Associate Professor of Social and Cultural Analysis, New York University
Laura Catelli, Professor of Latin American Art, Universidad Nacional de Rosario, CONICET, Argentina
Elena Creed, Professor of Women’s and Gender Studies, Wellesley College
Mabel Cuesta, Associate Professor of US Latino and Caribbean Literature, and Creative Writing, University of Houston
Arlene Dávila, Professor of Anthropology and American Studies, New York University
Zaire Dinzey, Associate Professor of Sociology and Latino/a and Caribbean Studies, Rutgers University
Coco Fusco, Professor and the Banks Preeminence Chair in Art, University of Florida
Lorgia García-Peña, Associate Professor of Romance Languages and Literatures and History and Literature, Harvard University
Daily Guerrero-Brito, Fellow at The Door — A Center for Alternatives
Sharina Maillo-Pozo, Assistant Professor of Languages, Literatures & Cultures Latin American and Caribbean Studies, SUNY New Paltz
Sophie Maríñez, Associate Professor of French and Spanish, Borough of Manhattan Community College (CUNY)
Linda Martín Alcoff, Professor of Philosophy, Hunter college
Paula Moya, Professor of English, Stanford University
Vanessa Pérez-Rosario, Associate Professor of Puerto Rican and Latino Studies, Brooklyn College
Gina Pérez, Professor of Comparative American Studies, Oberlin College
Dixa Ramírez, Assistant Professor of Caribbean and Latinx Literature, American Studies and Ethnicity, Race and Migration, Yale University
Ana Ramos-Zayas, Professor of American Studies, Ethnicity, Race, and Migration and Gender and Sexuality, Yale University
Danzy Senna, Associate Professor of Creative Writing and English, University of Southern California
Milagros Ricourt, Professor of Latin American, Latino, and Puerto Rican Studies, Lehman College
Juana María Rodríguez, Professor of Ethnic Studies, University of California at Berkeley
Chandra Talpade Monhanty, Distinguished Professor of Women’s and Gender Studies and Dean’s Professor of the Humanities, Syracuse University
Jacqueline Villarrubia-Mendoza, Associate Professor, Department of Sociology and Anthropology, Colgate University
Helena Maria Viramontes, Professor of Creative Writing and English, Cornell University
Rebecca Walker, Author
Patricia Zavella, Professor Emerita, Latin American and Latino Studies, University of California at Santa Cruz
2
No solo se trata de Junot Díaz
LINDA MARTÍN ALCOFF
21 de mayo de 2018
Profesora de Filosofía en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, Hunter College. Autora de «Rape and Resistance».
Para quienes hemos luchado durante décadas en contra de la opresión, la manipulación emocional y las vejaciones en contra de las mujeres, así como contra los asesinatos, las representaciones equivocadas y el encarcelamiento injusto de las personas afroestadounidenses, el caso del autor dominicano-estadounidense Junot Díaz es particularmente complicado.
Hace poco firmé, junto con un grupo de académicas y escritoras latinas, una carta abierta que critica el escarnio público a Díaz, a partir de que se dieron a conocer acusaciones en su contra respecto a actitudes sexistas y comportamiento sexual inadecuado.
En la carta, aclaramos que de ninguna manera desestimamos estas acusaciones (que incluyen haber besado por la fuerza a la escritora Zinzi Clemmons y haber agredido verbalmente a otra mujer) ni los graves efectos secundarios del tipo de conducta del que han acusado a Díaz.
Lo que sí nos parece objetable es lo que en la carta llamamos “una campaña de acoso mediático en estado avanzado” que surgió a partir de las acusaciones, en las que el escritor ha sido tildado de “persona extraña, depredador sexual, misógino violento, abusador y agresor”.
Aunque hasta ahora el episodio se ha centrado en Díaz, también creo que plantea de modo contundente un problema aun mayor: que tenemos la responsabilidad de pensar en el futuro, específicamente, en uno en el que los sexistas arrepentidos puedan tener cabida.
Algunas personas podrían desestimar la carta y los puntos de vista expresados en ella con la justificación de que sus autoras son bastante afines a Díaz como amigas, escritoras latinas o como dominicanas. En realidad, los escritores y teóricos literarios latinos jamás han llegado a un consenso respecto a cómo interpretar el enfoque temático del sexismo en su ficción. Aun así, algunos siguen considerando nuestras palabras como un mero intento de protegernos entre nosotros.
¿Que si me identifico con Díaz? Por supuesto. Lo que le sucedió a los 8 años (fue violado y hace poco escribió al respecto en The New Yorker) a mí me sucedió a los 9.
Tardé décadas en hablar de eso, al igual que él. Conozco muy bien los efectos secundarios del abuso sexual infantil y las preguntas apremiantes que nos persiguen durante tanto tiempo debido a que éramos demasiado pequeños para comprender lo que nos sucedió. Su historia me destrozó.
No obstante, rechazo la afirmación de que esto invalida la opinión que tengo de él o mi capacidad de ofrecer un análisis de este debate. No podemos tomar la experiencia personal (en ninguna de sus formas) como una razón inmediata para cuestionar la credibilidad sin caer en volver a silenciar a las víctimas. Necesitamos saber de más víctimas, no de menos. También debemos tener en Estados Unidos más discusiones sobre estos temas entre latinos y otros grupos oprimidos que entienden a la perfección los múltiples asuntos involucrados y saben exactamente lo que está en riesgo.
Mi identificación con Díaz va de la mano con mi reconocimiento del testimonio de otras escritoras que han detallado su conducta salvaje, su manipulación emocional y sus tonterías machistas, en especial con el testimonio de la poetisa Shreerekha, cuyo hermoso y doloroso ensayo acerca de su larga relación con Díaz también me desgarró. ¡Sí, las mujeres a las que se refiere como “sucias” están alzando la voz y hablando por sí mismas!
Las manipulaciones que describe Shreerekha podrían tener poca relación con el abuso de Díaz; lo que su texto demuestra es la manera en que un hombre puede usar su designación como genio literario para intentar dominar a mujeres vulnerables y la manera en que algunos varones negros utilizan la solidaridad racial como herramienta para coaccionar políticamente a estas mujeres a que guarden silencio. ¿Cómo puede ser que desarmar a las mujeres negras contribuya con la lucha en contra del racismo?
El movimiento #MeToo (Yo también) ha desencadenado fuertes debates, en especial entre las mujeres de raza negra respecto a estos temas que se entrecruzan.
Es evidente que debemos ir más allá del sencillo blanco y negro. La carta que firmé hace un llamado a que pensemos en el importante asunto de cómo exigir responsabilidad individual por parte de los agresores, al mismo tiempo que nos mantenemos atentos a nuestra responsabilidad colectiva e institucional para desarrollar una crítica de las convenciones de la conducta sexual que generan un abuso sexual sistémico.
Aunque no se puede absolver a los individuos de su responsabilidad al culpar a las condiciones estructurales, estas condiciones sí generan oportunidades, excusas e, incluso, capacitación en los métodos de dominación; eso debe cambiar radicalmente.
Esta discusión no solo se trata de Junot Díaz y las mujeres a quienes ha maltratado, sino también del #MeToo en su conjunto: se articulan sus objetivos, cómo construye un nuevo imaginario de liberación tanto social como sexual. Y como han dicho otros, este imaginario debe incluir un futuro en el que podamos convertirnos en una mejor comunidad que hable abiertamente, que escuche y aprenda entre sí, aun cuando esto implique un dolor que se presenta sin previo aviso.
La filósofa feminista María Lugones ha cuestionado en su obra cómo nuestro enojo puede ser retrospectivo y a la vez mirar hacia adelante, no solo corrigiendo los errores del pasado, sino atendiendo nuestra visión del futuro. Su obra es una clase magistral acerca de los conflictos que involucran lo que llama “diferencias no dominantes” (conflictos entre los oprimidos) y se declara firmemente en contra de hacer a un lado algunas formas de opresión en favor de otras. Pero deja claro que no se trata de una tarea sencilla; cada comunidad tiene múltiples formas de opresión. Esto puede generar lo que ella llama “barreras a través del juicio” que distorsionan cómo percibimos al otro y deterioran nuestra capacidad de comprensión.
La conducta sexista, ya sea moderada o severa, jamás puede aceptarse ni disculparse. En la actualidad, nadie puede alegar ignorancia. El sexismo en todas sus formas debilita los movimientos liberadores, fractura la solidaridad y exacerba la opresión de quienes ya están oprimidos. Incluso las ofensas verbales, como los comentarios sexistas, pueden incitar a la vergüenza, la humillación y los sentimientos de falta de mérito y, en algunos casos, episodios de estrés postraumático, pesadillas y autolesiones.
No obstante, en ocasiones la conducta sexista es ejecutada por individuos que contribuyen de manera importante al movimiento, e incluso contribuyen en la lucha en contra de la opresión de las mujeres. La conducta sexista reiterada y que no demuestra arrepentimiento garantiza la condena y la exclusión. Pero los sexistas que se arrepienten merecen una respuesta distinta. Díaz ha afirmado públicamente que acepta la responsabilidad por su conducta. Por supuesto, siempre está el asunto de la sinceridad, pero esto se juzga mejor a partir de las acciones a largo plazo.
También necesitamos revaluar la forma en que dotamos de credibilidad a la parte acusadora. Una total aceptación de todas las acusaciones sencillamente evita la difícil labor de transformar nuestra forma de juzgar. Yo afirmo que todas las acusaciones deben tomarse con seriedad y ser investigadas, pero esa es una forma de dotar a la parte acusadora de presunta credibilidad, no de creer ciegamente en todas las acusaciones sin cuestionamiento alguno.
Como sobreviviente, conozco a cabalidad todo lo que está en juego. La probabilidad de que no nos crean es lo que nos hace guardar un silencio agonizante durante décadas, sin poder recibir ayuda o apoyo. Y es por eso que debemos revaluar la manera en que los jueces, los diarios, las amistades y, sobre todo, el internet juzgan la credibilidad.
Las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales son mecanismos imperfectos para establecer la verdad o fomentar el entendimiento. Debemos crear métodos alternativos de interacción con los sexistas arrepentidos e imaginar roles productivos para ellos, al igual que los exintegrantes de pandillas pueden educar a los jóvenes en su comunidad en cuanto al tema de la violencia de pandillas.
¿Podemos lograr que las personas acepten su responsabilidad al mismo tiempo que reconocemos su propia victimización? ¿Podemos ser conscientes de las múltiples formas de opresión en nuestro análisis? ¿Podemos exigir un análisis más estructural y sistémico sin reducir la responsabilidad individual? ¿Podemos respetar la ira que percibimos y planear un futuro distinto? Creo que debemos hacerlo.
3.
Junot Díaz y el precio de un beso
Chiqui Vicioso
Escritora dominicana.
Leí paralelamente el artículo de Junot Díaz en el New Yorker sobre la violencia sexual que sufrió a los ocho años, cuando fue violado sistemáticamente por una persona cercana a su familia; y luego la denuncia de una escritora sobre el beso forzado que este le dio en una actividad universitaria.
Las dos cosas no se equiparan y si algo me molesta es que sea ahora que esa muchacha gane notoriedad denunciando un beso que pudo utilizar contra Junto hace décadas.
Junot no es Bill Cosby ni Polansky. Y un beso forzado es más un aprendizaje forzado, derivado de las películas de Hollywood, por un joven al que el abuso sexual le había creado todo tipo de crisis de identidad (como lo proclama en su artículo) que un crimen. Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre, decimos por aquí.
Tengo un amigo que me confeso que después de ver como en las películas norteamericanas, el hombre arrastra a la mujer, la atesta contra una pared, le arranca la camiseta y luego la monta sobre sus poderosas piernas o la deposita en una mesa de la cocina para una violentísima relación sexual, lo intento.
Lo primero fue la horrorizada reacción de su compañera y lo segundo que termino en el quiropráctico con una lesión en la espalda que le costó meses de tratamiento.
Lamentablemente, ese tratamiento sexual promovido por películas es lo que nuestros jóvenes reciben como educación sexual.
El machismo no está solo en el “piropo”, que aquí se interpreta como una licencia para agredir a las mujeres abiertamente en la calle, sino en su defensa por machos disfrazados de académicos que no pueden explicar la diferencia entre el galanteo de la tradición española: “Tienes los ojos más grandes que el sol”, de lo soez y la vulgaridad.
En mi infancia nos tomó muchos años enterarnos de la sistemática violación de casi todos los niños del barrio por un padrote, también del barrio, que iba con ellos al rio a bañarse. No me lo he encontrado de adulto para por lo menos escupirle la cara, y por ahí anda hoy ese tipo casado y con hijos y me imagino que aun practicando su depredación sexual.
Y, ya con familiares cercanos, no me tomo mucho tiempo enterarme del abuso sexual que practicaba un director de una academia militar, con una esposa embarazada, contra el estudiantado.
Mi reacción fue exigir su renuncia a riesgo de denunciarlos públicamente ante la reticencia de sus ejecutivos de cancelarlo. En las iglesias, las historias abundan.
¿Qué hacen los violados? Adoptar comportamientos estereotipados de macho hasta que recuperan su humanidad. Me consta que Junot lo intenta.
Chiqui Vicioso
Escritora y poeta dominicana.