La democracia y la libertad que se pretendió alcanzar con sangre de tantos dominicanos dolientes de la Patria, y hasta de extranjeros, durante la tiranía de Trujillo y tras su desaparición física, no fue posible. Fueron mártires que dieron sus vidas para que legiones de desfalcadores del Estado se enquistaran en el poder como lo han hecho en casi 50 años a partir del 30 de mayo de 1961 drenando toda posibilidad de prosperidad seria y sostenible en la sociedad dominicana. Nuestra democracia es puro negocio y nuestra libertad simple libertinaje.
Hay que reclamar, como impertinencia onírica, la fiscalización de los patrimonios de estos políticos para determinar si el origen de esos bienes son lícitos, o fruto del peculado durante sus gestiones administrativas, y si esto último fuere el caso, sancionarlos de acuerdo a la ley. Peculado: «La malversación de caudales públicos; un delito consistente en la apropiación indebida del dinero perteneciente al Estado por parte de las personas que se encargan de su control y custodia».
Pero en las monsergas legales de los fiscales anticorrupción, con sus figuraciones y alegatos, apologistas del status quo, no encontramos expectativas para ello pues “las clases no se suicidan”. Nadie está obligado a desnudar el origen de su fortuna, aún en un ambiente político ya muy caldeado, pues la ley ‘a la criolla’ es de plástico blando. Mucho menos si el costo de intentar encausar a estos funcionarios, y a sus testaferros, pudiera afectarlos penalmente, sobre todo a aquellos con poder sobre manejo de presupuestos.
Tenemos una sociedad inmadura, delineada así por nuestra partidocracia para su manejo oportuno, a la vez que promueve la desarticulación y dispersión de los insatisfechos aplicando manuales de mercadotecnia donde la colectividad se reduce a un mercado electoral. Continuar persuadiendo a la gente con estas denuncias parecería cuesta arriba por el limitado alcance que tiene un individuo en la sociedad. Esta mañosa partidocracia manipula la maleable opinión pública con galimatías y el añejo artificio de pan y circo. A los que no se encorvan los estereotipan como envidiosos resentidos, rebeldes obstinados o simples labradores del desierto. Para esta clase política huera, rancia y corrupta ‘lo que sirve, no sirve’.
Asociada a banqueros, latifundistas, grandes comerciantes e industriales que prosperan con el fruto del trabajo de casi 10 millones de almas, discursan al mismo tenor sobre la honestidad y la prudencia. Hasta llegan a creérselo en su propia fábula que siendo ficción no deja de ser real el desgaste a la fibra nacional. Una penosa consecuencia es un capital social que se debilita progresivamente atizando la doctrina de ‘todos contra todos’. Si ya fueran cosas del pasado fuera más cómodo ver hacia el futuro sin este pesado anclaje. Pero el escamoteo sigue, tan campante…
Estos marrulleros son un riesgo para una genuina democracia. Aquella por la que tantos buenos dominicanos y dominicanas ofrendaron grandes sacrificios y en miles de casos hasta sus propias vidas. Esas muertes no se consumaron para premiar expoliadores del patrimonio nacional. ¿O es usted otro de los tantos ingenuos que cree que esto ya se superó? ¿Que no se continúa exprimiendo el erario a beneficio de arteros…?
«La clase no se compra ni se vende», pero no la clase relativa al linaje, sino a la calidad humana. Un resentido social, que sin poder y sin dinero no es más que un mal nombre, necesita acumular dinero o alcanzar poder a toda costa para superar su anonimato y exclusión. Como el sector privado tiene filtros para proteger sus patrimonios y no así tan eficazmente el Estado, es lógico pensar que individuos con principios retorcidos son parásitos naturales del erario, con insaciable voracidad. Han alcanzado un nivel de insensibilidad pasmosa… «Quien debilita a su Patria, la traiciona», de cualquier forma que se tipifique la razón del enunciado: robo, malversación, indelicadeza, hurto, dolo, etc.
Frenar estos devoradores del porvenir dominicano es un reto colosal dentro de este sistema… Mientras vemos con asombro como se exponen sus jugadas y luego se disipan en los medios, sin poder para contenerlos, excepto tomar las calles como lo organizan los promotores del movimiento cívico Marcha Verde.
Nos resta recordar a Mencio, quien sentenció: «El hombre tiene mil planes para sí mismo. El azar, sólo uno para cada uno».