La vulnerabilidad de los más jóvenes junto con un entorno que premia la conducta extrema constituyen el caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de este fenómeno.
Para muchos preadolescentes, la obsesión por conseguir más “likes” está por encima de las consecuencias de cualquier acto, incluso si son autolesivas.
La idea de superar un reto, la expectativa de ser aceptado por los demás o la posibilidad de emular la «valentía» de alguien famoso, sumado al hecho de que todo ello ocurra en un entorno público, constituyen el caldo de cultivo ideal para que los más jóvenes se lancen «con los ojos cerrados» a los retos virales que circulan por las redes sociales, especialmente en TikTok e Instagram. «Los retos son situaciones difíciles o arriesgadas que no se sabe a ciencia cierta si podrán lograrse. En el ámbito de internet son especialmente cambiantes y variados, y mucha gente los sigue y los hace en muy poco tiempo, lo que atrae sobre todo a los jóvenes, que suelen tomárselo como un juego», apunta Irene Montiel, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) e investigadora del grupo VICRIM – Sistema de Justicia Penal, quien añade que «puede ser una forma muy rápida de conseguir me gusta y seguidores».
El fenómeno de los retos cotiza al alza. Cada vez más, los usuarios preadolescentes (entre los 10 y los 14 años) se mueven arrastrados por la «dictadura de los me gusta», que consiste en hacer todo aquello que consideren necesario para ganar popularidad. Conseguir uno de los 4,2 mil millones de me gusta que se estima que se dan a diario es una tarea en la que este tipo de desafíos puede ayudar.
El entorno digital favorece el contagio de los retos
Según la Academia Americana de Pediatría, las redes sociales premian el comportamiento escandaloso. Cuanto más extravagante sea, más se puede alardear. El entorno digital, sin duda, facilita que el cerebro de los adolescentes, todavía sin madurar, no se pare a pensar en las consecuencias de sus acciones. Los adolescentes no se toman el tiempo necesario para considerar si el detergente para lavar la ropa es un veneno que podría quemarles la garganta si lo ingieren, y tampoco si el uso inapropiado de medicamentos como la difenhidramina (Benadryl) puede ocasionar graves problemas en el corazón, convulsiones o coma. Ellos se centran en que alguien de su clase lo hizo y consiguió cientos de me gusta y comentarios en una determinada plataforma digital.
Según un estudio financiado por la red social TikTok, un 21% de los jóvenes de entre 13 y 19 años ha participado en retos en línea (el 14 % de los encuestados tenía entre 13 y 15 años y el 9 % correspondía a jóvenes de entre 18 y 19 años), y un 2% afirma haber hecho retos que ellos mismos consideran peligrosos (Praesidio Safeguarding, 2021).
No todos los adolescentes se unen a los retos
Según la Academia Americana de Pediatría, la parte del cerebro encargada del pensamiento racional, la corteza prefrontal, no se desarrolla totalmente hasta más o menos los 25 años. Por esta razón, los adolescentes son naturalmente más impulsivos y tienden a actuar antes de pensar en las consecuencias.
En esta misma línea se expresa Montiel, quien considera que los preadolescentes y los adolescentes «presentan, naturalmente, dificultades para controlar sus impulsos y buscan constantemente la satisfacción inmediata, el placer, la aprobación social de sus iguales y sentirse parte del grupo. Además, están continuamente poniendo a prueba los límites, los suyos y los de quienes los rodean, como parte de la construcción de su identidad y el descubrimiento de su potencial. A esto se une que son los usuarios por excelencia de redes sociales como TikTok o Instagram, donde los vídeos de retos se difunden rápidamente entre miles de personas, algunas de ellas famosas».
Ahora bien, no todos los adolescentes se sienten atraídos por estos desafíos digitales. Según la experta, «los jóvenes más predispuestos a participar en los retos virales son aquellos que tienen más necesidad de ser aceptados, valorados o reconocidos por parte de sus iguales, pero cada reto tiene su target particular». Y continúa: «Por ejemplo, en el reto de la ballena azul los jóvenes tenían de media entre 11 y 15 años y el contenido del reto era claramente autolesivo, por lo que estaba orientado a niños y niñas en situación de vulnerabilidad emocional. Además, en general, los niños y las niñas que presentan vulnerabilidad social o están en riesgo de exclusión social suelen buscar más la aprobación y la aceptación de los demás, lo que puede hacer que se impliquen en retos más arriesgados. También sabemos que, en general, los retos producen mayor satisfacción a los más jóvenes y que los chicos hacen más retos peligrosos que las chicas, es decir, que son más proclives a ellos».
¿Las redes sociales son un lugar seguro para los jóvenes?
No se debe perder de vista que hablamos de menores y, por ello, la supervisión de cómo usan las redes sociales los preadolescentes, retos incluidos, es responsabilidad de sus progenitores. El problema principal es, según Montiel, «la falta de conocimiento por parte de los padres y las madres de la existencia de estos retos, de sus consecuencias reales o potenciales y, en general, de los riesgos que pueden suponer las redes sociales para los jóvenes. Tampoco ayuda el hecho de que el suicidio o el comportamiento autolesivo que promueven algunos retos siga siendo tabú y las familias prefieran no hablar de ello para evitar el efecto llamada, cuando el diálogo y la confianza son siempre mejores aliados que el silencio».
A pesar de los preocupantes datos que arrojan los cuantiosos estudios llevados a cabo al respecto, «muchas familias continúan sin darse cuenta de que los menores de 16 o incluso 18 años no deberían tener perfiles en redes sociales, y los progenitores permiten que los tengan, en el peor de los casos, además, sin supervisión alguna», se lamenta la experta, quien apunta que numerosas investigaciones concluyen que el uso de las redes sociales puede ocasionar un serio deterioro y perjuicio para la salud mental (ansiedad, depresión, falta de sueño, ciberacoso, hipersexualización, etc.) en una etapa clave del desarrollo humano. «La adolescencia es un momento de reorganización total del cerebro y necesita un entorno protector y saludable para que los jóvenes puedan desarrollar todo su potencial, y, con las redes sociales como vehículo fundamental de su socialización, ese potencial está en riesgo», concluye la profesora.
Me gusta a cambio de frustración y ansiedad
Participar en estos desafíos no sale gratis. De hecho, la factura que han de pagar estos jóvenes no es baladí. Desde las consecuencias derivadas por el propio reto, como las autolesiones que se infringen con el reto de la ballena azul, que podían llegar hasta el suicidio, hasta incluso la muerte por el reto del Benadryl. Por otro lado, tal y como señala la docente, inevitablemente se producen consecuencias derivadas de la difusión de las imágenes con la intención de humillar o hacer burla del protagonista o la víctima, ya que «esas imágenes perduran a lo largo del tiempo y es difícil eliminarlas, por lo que, sí producen malestar o vergüenza, pueden provocar problemas de autoestima, ansiedad o depresión». No se debe olvidar que, si al hacerse mayor esas imágenes dejan de encajar con el perfil digital que quiere dar esa persona (en el ámbito profesional, por ejemplo), «la pérdida de control sobre ellas puede ocasionar una gran frustración y ansiedad, además de la pérdida de oportunidades laborales, por ejemplo», advierte.