La columna con éste título que leía en una etapa no muy lejana a su desaparición, me pareció siempre puntual y fuera del convencionalismo que retrotrae a no pocos a un pasado marcado por el mutismo para no involucrarse con verdades que a veces su único costo es la vida misma.
Don Radhamés Gómez Pepín no le hacía caso a esa “vaina” de lo que pudiera pasar o no. Simplemente decía lo que tenía que decir y punto.
Cuando leí que Pulsaciones no iba a seguir publicándose, le envié par de correos a Don Gómez Pepín para que diera marcha atrás a esa decisión. Y es que veía esa columna como una luz en una cueva que necesita muchas luces, y esa sola iluminación valía por todas las que estaban apagadas.
El contenido de Pulsaciones permitía conocer su valía, con todo lo que esto representa para una imberbe del periodismo en un ejercicio donde una cosa es lo que te enseñan en las aulas y otra es la práctica en el terreno con tropezones por todos lados.
La ausencia de otros robles del periodismo que en su momento dejaron huellas importantes, unida a la de un insigne de estas lides en un país aún en cierne debe servir para recordar por siempre a Don Gómez Pepín desde la óptica de no desmayar.
En una ocasión le consulté sobre algo propio de este oficio-era algo rápido por la hora del cierre del vespertino que dirigía. Tras terminar el breve diálogo le dije: ¿Me permite, con todo respeto? Es para darle un abrazo. Ambos sonreímos mientras nos dábamos el abrazo de la solidaridad.
Misión cumplida, me dije. Siento que no se ha ido. Ahora Don Gómez Pepín vive más que nunca. Todas sus historias desbordadas en prensa y en digitales han sido absorbidas por los lectores. Su familia tiene la dicha de recordarle como el mejor de los mejores porque sus pulsaciones no se apagarán.
Por Cándida Figuereo .Periodista, residente en Santo Domingo