No todos los conciertos son iguales. Algunos pasan, otros permanecen. Lo que hizo el joven artista español Quevedo la noche del miércoles en la Feria Ganadera de Santo Domingo fue mucho más que una presentación cargada de ritmo y luces: fue una conexión emocional con un público que lo esperaba, lo coreaba y, sobre todo, lo sintió cercano.
Desde el momento en que las pantallas del Óvalo anunciaron el “Buenas Noches” que da nombre a su gira, se activó una marea de emociones en la audiencia dominicana, que respondió como pocas veces: con euforia, gratitud y entrega. Quevedo no solo vino a cantar, vino a dejar huella.

En una época donde los shows urbanos tienden a repetirse en fórmulas vacías, la actuación del español sorprendió por su energía, sí, pero también por su empatía. Algunas letras pueden estar pasadas de tono, pero para el gusto se hicieron los colores. Al dedicar el concierto a las familias afectadas en el Jet Set —un gesto poco común en medio del espectáculo— demostró que el verdadero artista no se olvida del contexto en el que actúa.
Su repertorio, cargado de éxitos como Columbia, Playa del inglés, Gran Vía o Cayó la noche, mantuvo al público en constante movimiento. Pero más allá de la música, fue su carisma, su humildad y el vínculo que generó con sus fanáticos lo que marcó la diferencia.

“Quevedo logró lo que pocos artistas internacionales consiguen en una primera visita: sentirse parte del público. No se trató solo de música, sino de una vivencia compartida entre artista y audiencia”, afirmó el crítico musical dominicano Carlos Mejía, presente en el concierto.
En un escenario como el nuestro, en donde a menudo predominan los sonidos tradicionales, Quevedo logró que lo urbano se sintiera legítimo, integrado, bien recibido. Acompañado de bailarines, luces y una producción de primer nivel a cargo de Gamal Haché, el concierto fue una muestra de cómo lo popular y lo auténtico pueden coexistir sin artificios.
Quevedo encendió el escenario, sí. Pero también encendió algo más importante: la certeza de que cuando el arte se conjuga con la sensibilidad, deja de ser espectáculo para convertirse en experiencia.