En el corazón de la Semana Santa, el Viernes Santo se convierte en un día de recogimiento espiritual, silencio y tradición. Pero también, de sabores que evocan memoria, creencias y comunidad. En República Dominicana, como en muchos países de arraigo católico, la cocina de este día está marcada por la abstinencia de carnes rojas y la exaltación de recetas que se transmiten de generación en generación.
La gastronomía del Viernes Santo es, más que una práctica culinaria, un reflejo de la religiosidad popular. Muchas familias preparan platos sin carne como acto simbólico de respeto ante la conmemoración de la crucifixión de Jesucristo. Esta costumbre, recomendada por la Iglesia católica, ha dado origen a un repertorio de sabores que combina ingredientes locales, creatividad y fervor.

Los protagonistas del Viernes Santo en la mesa dominicana
Uno de los platos más emblemáticos de este día es el bacalao con víveres. Desalado durante días y guisado con tomate, cebolla, ajíes y aceitunas, este pescado conserva su lugar en la tradición por su sabor y simbolismo. Se acompaña frecuentemente con yuca, guineítos verdes, ñame o batata, en un plato humilde y a la vez festivo.

Otra presencia infaltable en los hogares dominicanos durante la Semana Santa es el dulce. El más esperado es, sin duda, la habichuela con dulce, una mezcla cremosa y aromática a base de habichuelas rojas, leche, azúcar, batata, pasas y especias como clavo dulce y canela. Este postre, único en su tipo, se comparte entre vecinos, familiares y amigos como símbolo de hospitalidad y unidad.

Además del bacalao, es común encontrar otras preparaciones como bollitos de maíz rellenos de queso, tortillas de vegetales, pasteles en hoja sin carne, y ensaladas frías a base de papa o coditos. En zonas costeras, se incluyen pescados frescos como la chilla, el mero o la tilapia, preparados a la plancha o en escabeche.
Tradición que resiste al tiempo
A pesar de los cambios en las dinámicas familiares y el estilo de vida moderno, muchas comunidades, especialmente en el interior del país, continúan preservando estas costumbres culinarias. En algunos pueblos, como Baní, San Juan o Higüey, es tradición reunirse para preparar los alimentos en grandes cantidades y compartirlos como parte de la espiritualidad colectiva.
La gastronomía del Viernes Santo no solo satisface el paladar, sino que también invita a reflexionar sobre la identidad, la memoria y la fe. Cocinar en este día es, para muchos dominicanos, una forma de mantener viva la conexión con sus ancestros y con las enseñanzas religiosas que han formado parte de su historia personal y cultural.
Más allá del plato
En tiempos donde lo espiritual y lo cotidiano parecen distantes, la comida del Viernes Santo ofrece un puente. Un puente entre generaciones, entre creencias, entre lo material y lo simbólico. Y cada cucharada de habichuela con dulce, cada bocado de bacalao guisado, es también una oración.