Por: Greysis de la Cruz
Periodista y Politóloga
Experta en Oratoria, Comunicación Neurolinguistica y Media Training.
Acostumbrado a los escándalos en los medios de comunicación luego de cuatro décadas de cumplir facetas de billonario, conferencista, escritor y celebridad, el perfil político de Trump se cocina en su propia “salsa”. Sus propias palabras producen un maremoto de críticas nunca antes vistas durante la campaña electoral.
Trump símbolo de este tiempo: marketing y comunicación, ha sabido motorizar su carácter polémico y provocador a través de los medios, con un discurso de quejas e inconformidades, cargado de propuestas irrealizables, que logran simpatía entre los votantes enojados con la economía norteamericana.
Su éxito, se debe al manejo de la telerrealidad logrando hacer de la política un reality show y al auge de los llamados “outsiders”, término que se refiere a los candidatos ajenos al mundo de la política, lo que resultó novedoso al inicio de la campaña ante la crisis de los partidos mayoritarios y la desconfianza que genera en diversos sectores la candidatura de Hillary Clinton. Sin embargo, el estilo “deslenguado” de Trump, ha generado una rotura violenta a lo interno del Partido Republicano tras la filtración de un vídeo donde se escucha a Trump, con comentarios denigrantes hacia las mujeres, logrando generar la controversia más agresiva de la campaña.
El mundo ha sido testigo de lo nunca antes visto en el discurso político norteamericano: la vagina en el centro del debate. La campaña de Trump en vez de bajar los ánimos por la filtración indecente, decidió aumentarlos al avergonzar Hillary con la presencia de tres mujeres (Paula Jones, Juanita Broaddrick y Kathleen Willey) que durante años han acusado al expresidente Bill Clinton de abuso sexual, aunque ninguno de los casos llegó a los tribunales.
Trump se disculpa y opta por el adagio que dice: “No hay mejor defensa que un ataque” por ello, enfiló su fuerza contra Hillary Clinton a través de su marido, convirtiendo el debate en un campo de tensión e insultos.
Clinton y Trump mantuvieron durante el segundo debate un lenguaje no verbal defensivo y de molestia, cometiendo el grave error de no darse la mano e ignorarse durante la discusión.
Trump se mostraba nervioso caminando de un lado al otro, con el micrófono colocado muy cerca de su boca para empezar hablar con rapidez sin respetar las normas del debate que establecía tiempos para las intervenciones.
Clinton aunque mantuvo un perfil educado, perdió fuerza al evadir los ataques de Trump y no responder ante la amenaza de enviarla a cárcel por el uso inadecuado de sus correos electrónicos.
Trump cometió el error de acentuar su discurso solo para sus seguidores, desaprovechando la ocasión de dirigirse a los musulmanes, a las mujeres y los latinos a quienes ha ofendido a lo largo de la campaña, y a los cuales necesita para poder ganar.
El segundo debate fue una mala señal, sobre los bajos niveles de conversación a lo que ha llegado la política norteamericana. Agrediendo la cultura ética, y las bases del debate como herramienta para fomentar la tolerancia de las personas y la búsqueda de la verdad de las cosas.
Si bien Trump en este debate se levanta, al mantener una línea de ataques continuos contra Hillary, su lenguaje agresivo e inestable por momentos, le resta credibilidad entre los votantes indecisos a los cuales no se dirigió durante el debate. Mientras, Clinton mantuvo una actitud rígida que impidió ver su simpatía por lo que no logró emocionar a la audiencia.
La estrategia sucia de Trump de llevar al debate a tres mujeres que acusan a Bill Clinton de asalto sexual será recordada por siempre por ser una acción depravada y sin ética, nunca antes vista en la política de este país. Sin dudas, Trump lo cambia todo.