En la calle Juan Miguel Román No.10 habían tres casas grandes, que antes de ser compradas por un famoso colegio de la zona para ampliarse, eran mi refugio… las casas de abuela Grecia, tía Estela y tía Gracita. Reinas de un matriarcado post Trujillo, llenas de nietos, niños que crecimos en los 80´s y que íbamos de patio en patio, inventando alguna cosa cada tarde los fines de semana, cuando nuestras madres nos dejaban allí, con ellas.
Escrito por Patz Guerrero.
Normalmente abuela me despertaba a las 4:00 am, “para que el día rindiera”, pero la verdad, era para que no me hiciera pipí en la cama, ya que ella había descubierto que justo a las 4:30 era que sucedía aquel hecho, así que organizaba el día a partir de aquello.
Recuerdo que la forma de levantarme era poniendo Radio Amanecer, que normalmente a esa hora sonaba “Por la mañana mi carro guía el buen señor”… nunca olvidaré esa melodía.
No sé por qué, siempre fui más curiosa de la cuenta, por lo que ella usaba una palabra muy peculiar para definir mis revisaderas de gavetas y cajas: “¿Patricia qué tú haces?…. y yo respondía: “Cucuteando”. Palabra insignia para la acción de revisar sin permiso en mi familia.
Después de “Cucutear” lo más que podía, “Buela” me dejaba bajar donde mi tía Altagracita, que vivía justo adelante en una casa que ella había dispuesto para su hija. Mis primos Rosanna, Víctor José, Orlandito y Andy eran como mis hermanos, y Rosannita mi mejor amiga además.
Todos los días que podíamos pasarla juntas, hacíamos cosas divertidas. Una vez pusimos un puesto de flores en la acera del frente, que tuvo mucho éxito, pues nos compraron casi todo, hasta que descubrieron que las flores las habíamos arrancado del jardín de tía gracita, desbaratándole un trabajo de meses… pero independientemente de eso, era obvio nuestro espíritu emprendedor.
Benji, hijo de mi tía Maty, era el más tremendo. No había un solo día que no pasara algún lío en el que no se mencionara como sospechoso a Benji. Pero los líos eran de lo más cómicos. Por ejemplo una vez “alguien” escribió la palabra “Brechera”, con jabón de cuaba en la marquesina de tía Estela… Como podrán imaginar, llovió, y el reperpero que se armó, y la cantidad de espectadores en la zona no fue poca… lo grande del caso es que creo no fue Benji, el acusado, quien lo hizo, sino el que “no rompía un plato” del grupo de primitos, mi hermano Josué.
Otra cosa que hacíamos con gran facilidad era subirnos en los techos de las casas. Hoy me pregunto cómo rayos éramos capaces de tanta destreza, pues eran altísimos. Lo hacíamos sobre todo para que “Buela” no pudiera encontrarnos… solo la escuchábamos a lo lejos: “Benjamíiiin, Patriciaaaa… donde estarán estos muchachos”. La segunda razón de subirnos era una mata de manzana de oro, que siempre estaba cargada de frutos, y nos sentábamos las tardes a comernos una tras otra. También había una bendita mata de guanábana (que después hubo que tumbar pues estaba destrozando con las raíces la casa) que siempre le daba un susto a uno cuando normalmente en el momento más inesperado y de silencio, explotaba alguna guanábana contra el suelo del patio.
Durante una plaga de piojos que hubo en esa época, se comentaba que Rosannita y yo estábamos “Cundías”…fue cuando despertó mi verdadero espíritu rebelde con la brillante idea de hacer unos letreros que decían “Tenemos piojos”, y salir por todo el barrio a caminar repitiendo esto en voz alta alzando las cartulinas. Tuvieron que llamar a mami para explicarle la “Frecura” que habíamos cometido, y claro, durar cuatro horas agachadas a la altura de las rodillas de “Buela” aguantando jalones de moño hasta no tener ni una liendre.
Ya para los 90´s nos convertíamos en adolescentes, y era un lío, pues empezaron los cucos con “El hombre del sombrero negro”, para que ni inventáramos en coger solas para Plaza Central que estaba por cierto bien cerca.
Si intentábamos dar una inocente vuelta a la manzana (cuya verdadera intención era ver si veíamos de lejos a Rubén, un muchacho que vivía en la Bolívar que estaba buenísimo), nos mandaban atrás guillados a “los bichos”, o sea, al grupo de primitos más jóvenes que nosotras, dígase mi hermano Josué, mi hermano Jacob, Benji, Rolfito, Andy y el resto de la trulla, que normalmente nos avergonzaban voceando “Rubeeeen”, justo cuando pasábamos frente a su casa… ¡no nos dejaban tranquilas!
Teníamos un aliado, nuestro primo mayor Víctor José, que trabajaba en la Guácara Taína, y siempre nos tapaba, además de que pudimos ir varias veces para allá.
Cuando finalmente comencé a salir con un chico, ya para 1994, nunca olvidaré como de repente cambiamos, de igual manera la calle.
Primero vendió tía Gracita, quien era la que tenía la casa casi al lado de aquel colegio, y si no me equivoco fue su primera ampliación con esta compra. Ahí ya los primos empezaron a dejar de ir todos los fines de semana, por igual yo.
Luego Víctor José se fue a vivir a Italia, y Orlandito a Estados Unidos. Rosanna había ingresado con altos méritos a la PCMM, y yo en la UASD en aquel entonces, antes de cambiar de Derecho a Publicidad, iniciaba mi primera relación sentimental… Pública.
Después empezaron a irse ellas. A dejarnos tras un amor perfecto, en un mundo distinto al que nos dieron.
Hoy los recuerdo a todos con tanto amor, con tanto anhelo, tan bellos e indescriptibles, con esos gigantes corazones sonriendo.
Hoy no me imagino a Marión subida con 7 años en el techo de la casa comiendo manzanas de oro. Ni esperando el caño cuando llueve en la esquina de la casa. Ni vendiendo flores arrancadas en la acera. Ni mucho menos a Avril soñando con que pongan su canción favorita en la radio (llamábamos a la “X” por horas marcando número por número en un teléfono de disco, para pedir “Step by step” de New Kids on the block).
Son bellos recuerdos, que escribo para que no se borren, como muchos otros que ya se fueron, aunque dejaron su paz en mí.