¿Es esta la generación de niños más frágil de todos los tiempos? Seguramente muchas personas responderían con un absoluto sí. Sin embargo, valdría la pena profundizar un poco más en esta percepción social.
Abrimos cualquier red social y nos sale un video de un niño que hace una rabieta por horas y los padres solo lo miran y le dicen con voz calmada que estarán ahí hasta que esté listo para hablar. Vamos por la calle y vemos a una niña hablándole en voz alta a sus padres mientras estos solo les dicen colocándose a su altura, que hay otras formas de expresarse mejor.
Esto indigna a muchas personas porque creen que en sus tiempos nada de esto sería así. Consideran que antes mamá y papá hacían uso de su autoridad para hacer respetar sus reglas y el fin justificaba los medios. Sí, no importaba que les pegaran o les dijeran palabras humillantes, porque lo más importante era respetar las reglas. De esa forma piensan que salían más fortalecidos, y, por tanto, nunca llegarían a ser de cristal.
Últimamente me he dedicado a leer comentarios de personas en las redes cuando hay algún comportamiento de rebeldía de algún niño o adolescente y es increíble, y la cantidad de comentarios cargados de violencia, donde se incita a pegarle a los niños, incluso de maneras muy crueles.Tenemos como sociedad aún, la idea arraigada de que uno crece como persona desde el dolor y no desde el amor.
El médico de familia británico Ronald Gibson citó la siguiente frase en una de sus conferencias: «Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos». Esta frase la dijo Sócrates (470-399 aC). O sea, queridos lectores, que esta mirada no viene de ahora. Cada generación tiene sus retos. Hoy las familias trabajan más que nunca y dedican menos tiempo al hogar, no porque quieran sino por las circunstancias. Así que deberíamos entender con esto que nuestros niños están haciendo lo mejor que pueden, al igual que nosotros.
El amor no hace daño. Los niños no se volverán de cristal porque le acompañemos en una rabieta hasta que se calmen o porque les digamos que nos hablen de otra forma cuando ellos nos han hablado mal. Ellos necesitan adultos emocionalmente estables que puedan conectar con sus necesidades y responder a ellas de forma cálida y firme a la vez. Si le pegamos, le enseñamos violencia. Si le acompañamos, le enseñamos amor. Y el mensaje que le enviamos no es que le aplaudimos aquello que ha hecho mal, sino que estamos ahí para ellos aún en el error y por supuesto, esto no omite que deban asumir las consecuencias de sus actos, porque los límites son tan importantes como el afecto. Es posible establecer consecuencias sin golpes ni malos tratos, pero hay que estar dispuestos a recorrer el camino y romper patrones.
Dejemos de etiquetar a los niños de ser sensibles como si se tratara de algo negativo. Al contrario, los padres que promueven la sensibilidad en sus hijos, están fomentando a que sean seguros de sí mismos, se quejen de las injusticias, establezcan buenas relaciones y expresen sus emociones teniendo en cuenta la de los demás. Los niños de hoy, como los de ayer, con sus luces y sus sombras, merecen ser respetados y amados en todo momento.