Por Pavel De Camps Vargas
SANTO DOMINGO., Noviembre de 2025. — En República Dominicana se está desarrollando un fenómeno político difícil de encajar en los manuales tradicionales del poder: mientras el presidente mantiene una popularidad superior al 60%, un 74% de la población asegura que el país “va directo al precipicio”.
Los datos sonríen; la gente no. Las gráficas suben; el ánimo baja.
Y en esa brecha, cada vez más ancha, se juega hoy el rumbo democrático del país.
Cifras que no llegan a los barrios
Desde la mirada ciudadana, la contradicción es evidente. El Gobierno presume —y con sustento— de indicadores históricos: crecimiento económico sobresaliente, recuperación de fondos públicos, avances en rankings internacionales y una notable reducción de homicidios.
Pero, mientras las autoridades presentan flechas verdes, en los barrios la pregunta es otra:
“¿Y dónde es que se siente eso?”
Porque, aunque la macroeconomía esté en celebración, la microeconomía sigue en modo sobrevivencia:
- precios del supermercado en alza,
- facturas eléctricas impredecibles,
- gas que sube sin explicación,
- apagones que se sienten en todo el país.
En un contexto así, la percepción —ese termómetro social que nunca falla— marca hoy fiebre alta.
Impunidad: denuncias que se apagan
El malestar nacional no se explica solo por escándalos puntuales, sino por la sensación de que nunca pasa nada.
Que no importa el caso, el monto o la denuncia, el desenlace es casi siempre el mismo:
se investiga, se suspende a un funcionario y el caso se apaga.
Los dominicanos han visto desfilar cuestionamientos en instituciones como INABIE, Supérate, SeNaSa, Medio Ambiente, Paso Rápido y diversas compras estatales.
La calle tiene memoria. La justicia, no tanto.
En ese escenario, pedir confianza ciudadana se vuelve cada vez más cuesta arriba.
El apagón que apagó algo más que la luz
El apagón nacional de noviembre de 2025 marcó un antes y un después.
No solo dejó al país a oscuras, sino que apagó buena parte de la credibilidad oficial.
La prometida “reserva fría” no respondió.
El Pacto Eléctrico sigue guardado en un escritorio.
Y muchas de las soluciones anunciadas quedaron en conferencias.
Cuando el metro se detuvo, los hospitales quedaron vulnerables y la población iluminó su noche con las linternas del celular, el mensaje quedó claro:
los discursos no iluminan las calles.
Más que un fallo técnico, se sintió como un fallo político.
Un país sin oposición… pero con irritación
Mientras tanto, la oposición luce desarticulada.
El PLD lucha con su propio historial; la Fuerza del Pueblo tiene fuerza electoral, pero no entusiasma; los partidos emergentes carecen de narrativa; y la sociedad civil aparece desmovilizada.
Ese vacío ha transformado el malestar ciudadano en un ruido permanente:
- no llena plazas,
- no convoca marchas masivas,
- pero hierve en los grupos de WhatsApp y en las conversaciones cotidianas.
El dominicano no está protestando… pero tampoco está creyendo.
El pesimismo como nueva identidad nacional
El indicador más alarmante no es económico, sino emocional:
el 73.97% cree que el país va a empeorar.
Un 18.99% piensa que seguirá igual.
Solo un 7.04% confía en que mejorará.
Ese pesimismo, instalado en colmados, guaguas, oficinas y barberías, revela un agotamiento profundo.
La gente no exige milagros ni perfección: exige coherencia.
Y hoy, la coherencia luce rota.
El punto de quiebre
La República Dominicana enfrenta una decisión crítica: continuar celebrando indicadores que no conectan con la vida cotidiana o atender la realidad incómoda que vive la mayoría.
Las prioridades ciudadanas están claras:
- No basta crecer: hay que repartir mejor.
- No basta reducir homicidios: hay que sentir seguridad.
- No basta anunciar anticorrupción: hay que someter corruptos.
- No basta inaugurar obras: hay que garantizar servicios que funcionen.
El presidente Abinader mantiene un activo valioso: un respeto personal poco común en la región.
Pero ese capital se evapora si la gente percibe que el país avanza en el papel, pero retrocede en la calle.
Esperanza en pausa
La República Dominicana tiene todo para ser un país modelo: talento, energía, creatividad y empuje.
Pero convertir eso en bienestar requiere más que aplausos internacionales: requiere decisiones valientes.
Porque los pueblos no se movilizan por estadísticas.
Se movilizan por cansancio… o por esperanza.
Y lo que hoy falta, más que crecimiento, es justamente eso:
esperanza.
