Desde el K-pop global hasta memes en dialectos locales, las redes sociales como TikTok están redibujando los límites entre cultura, consumo y comunidad.
En la pantalla de TikTok caben siglos de historia, ritmos de cinco continentes y acentos imposibles de etiquetar. La plataforma —con más de mil millones de usuarios activos— se ha convertido en un escenario global donde adolescentes bailan canciones coreanas, abuelas recitan refranes en idiomas ancestrales y creadores reinventan su identidad con cada video. Pero, ¿estamos viviendo una era de diversidad cultural digital o simplemente consumiendo versiones digeribles de culturas ajenas?
El K-pop: cultura de exportación con coreografía viral
El fenómeno del K-pop es quizá el ejemplo más claro del poder de las redes para globalizar una identidad cultural. Lo que comenzó como una industria nacional surcoreana altamente organizada, hoy es una fuerza cultural transnacional que mueve billones de reproducciones y genera comunidades digitales en países tan disímiles como México, Egipto o Finlandia.
En TikTok, no solo se replican bailes de grupos como BTS o BLACKPINK: se imitan gestos, se aprenden palabras en coreano y se adopta una estética. Pero la apropiación global del K-pop plantea una pregunta incómoda: ¿se está celebrando la cultura coreana o consumiendo un producto diseñado para gustar fuera de Corea?
Dialectos y memes: el nuevo poder de lo local
Frente a la globalización de estilos, TikTok también ha revalorizado lo local. En España, Colombia o Filipinas, usuarios han hecho virales frases en dialectos y lenguas regionales como el gallego, el quechua o el cebuano, gracias a videos humorísticos o situaciones cotidianas.
“Cuando escuché a alguien hacer un chiste en mi lengua materna en TikTok, sentí que existíamos”, cuenta Elena, una joven hablante de asturiano. Esta visibilidad ha generado una microrevolución lingüística en redes, donde lo que antes era motivo de vergüenza se convierte en motivo de orgullo.
La cultura como algoritmo
A diferencia de la televisión o el cine, en TikTok no hay curadores ni editores: hay un algoritmo. Y ese algoritmo decide qué culturas se muestran y cómo. El contenido más emocional, estético o fácil de replicar suele tener más visibilidad, lo que lleva a una especie de fast culture que prioriza la forma sobre el fondo.
Muchos creadores denuncian que sus expresiones culturales son simplificadas o reinterpretadas fuera de contexto para encajar en los moldes del “contenido viral”. Así, lo que empezó como un ejercicio de representación termina convertido en una mercancía más del feed.
Entre la identidad y el trending topic
En TikTok, un sombrero tradicional puede ser un accesorio de moda, una receta milenaria puede resumirse en 30 segundos y una danza sagrada puede mutar en challenge. Esta hibridez genera nuevas formas de identidad: mixtas, líquidas, performativas. Pero también exige nuevas preguntas: ¿quién decide qué es cultura?, ¿quién se beneficia de su viralidad?
Cultura en edición continua
Las redes sociales como TikTok han abierto la posibilidad de una cultura más horizontal, donde cualquier persona —sin importar su origen o idioma— puede expresarse y ser escuchada. Pero esta democratización convive con una lógica de consumo que tiende a simplificar, empacar y monetizar todo lo que toca.
Lo cultural se vuelve contenido. Y en esa transformación, se multiplican las voces pero también se corre el riesgo de perder la profundidad. En este nuevo mapa digital, las identidades culturales no desaparecen: se reeditan, una y otra vez, al ritmo del scroll.